Siento cerca esos lejanos recuerdos que, fugaces, deambulan por mi memoria y que me guían hasta ese
camino que, una y otra vez, me conducen al cortijo la Solana. A sus paredes pintadas de cal y tierra. A un
corral de gallinas,
ovejas,
cabras... Hasta el abuelo Antoñolín, como le llamaban. Siempre entre yuntas, arados, entre terrones y
huerta.
El barro siempre pegado a las botas.
Con el olor a borrego impregnado en su piel.
Recuerdo también la media sonrisa, los ojillos de sabio y sus manos grandes, acariciando las primeras espigas de un
valle de trigo que se abre al horizonte.
¡Con qué orgullo contempla su tierra!
Las
flores en los
almendros, y el alborozo de los gorrioncillos en los
olivos. Y ese sol que ya empieza a calentar.
@Anif Larom