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La cólera del tiempo. El cortijo La Solana, SABARIEGO

De alguna manera, mis pasos una vez más vuelven a guiarme por ese camino que el tiempo ha olvidado, lleno de guijarros y matojos abruptos.

En esa tarde callada de almendros y cerezos en flor con olor a monte, a pino, a retama...

Cruzo el barranco “La Canal” y respiro profundamente al alcanzar la loma y divisar el horizonte.
Una suave brisa mece en la distancia los olivos y el trigal que se abren a mi paso.
La quietud y la calma me envuelven.

El cortijo blanco, apenas sostenido por el tiempo, se alza ante mis ojos,
imágenes fugaces difuminadas por la niebla del recuerdo
pasan como un halo por mi mente: risas, juegos, ternura...

Una vez más se estremece mi piel, asombrada por esas piedras del pasado que conmueven hoy mi presente.

Veo crecer el musgo en paredes de cal y tierra, y esa hiedra que trepa veloz y salvaje buscando esa hendidura a la que agarrarse.

Tras el muro, se esconden restos de un jardín que crece libre lleno de hierbajos agrestes.
Una orza olvidada en un rincón, trozos de un lebrillo sepultado en la maleza...

Un portón apenas sostenido por goznes herrumbrosos se alza entre los muros de esa pared desconchada y fantasmal, donde el tiempo dejó su huella descarnada.

Del corral del abuelo Antoñolín sólo queda un montón de piedras apiladas, un día sombra y refugio de borregos gallinas y cabras; también de palomas, conejos y de una burrita blanca.

Rescato con la mirada, un viejo rosal que sobrevive entre peñascos y viste de color sus rosas, que hechiza y seduce mis pasos.
A mis pies veo todo un pasado dormido que despierta poco a poco ante el recuerdo, y hoy su luz convertida en sombra de lo que fue.

Vuelvo sobre mi misma. Y con nostalgia despido la penumbra de la tarde.
De alguna manera intento encontrar la puerta de la infancia, algo que allí perdí, un día muy lejano...

@Anif Larom
(1984)