María, (mi abuela), hundida ya en la bruma de un sueño azaroso, imaginaba, que a puestas el sol, a un centenar de metros del cortijo y bajo las jaraperas de un enorme chaparro, encontraría un tesoro. Dejaba a su hijo dentro del pesebre de los bueyes, a la
sombra de una encina, junto a la covacha de la perra que guardaba el cortijo, muy cerca de la entrada a los
corrales. Apresuradamente, caminaba por su sueño dando traspiés por el pedregal que conducía a la loma, atraída por la oscura promesa de la fortuna. Ya al pie del chaparro y sumergida de lleno en la idea de encontrar riquezas, escarbó en el suelo con afán. De pronto, sus manos tropezaron con la punta de un duro objeto. Bregó con energía desollando los duros terrones, hurgando una y otra vez para descubrir la totalidad del hallazgo; por fin, como si brotara de la tierra, apareció una argolla oscura vencida por el tiempo. Sorprendida, titubeó unos momentos antes de asir aquel arete de hierro oxidado y tirar con fuerza hacia atrás. La tierra resbaló hacia abajo, dejando al descubierto lo que parecía una lápida de metal pesado.
Continuará...