Buenos días a tod@s.
Tengo un hermano, Ricardo, al que llevo un par de años y que es un tío-moscacojonera de cuidado, buscando la forma de hacerte una diablura constantemente aunque tiene un gran corazón y siempre lo encuentras para todo; por eso, siempre estuvo disponible en mis mudanzas y otros menesteres. A Sabiote vino a verme en seis o siete ocasiones, y de todas ellas guardo recuerdos.
Especialmente recuerdo la desesperación de Luis “maceo”, al que sometía a numerosas pruebas. Éste tenía la costumbre de colgar como adorno miles y miles de llaves entre el recibidor y la escalera, llaves todas de hierro y cada una de diferente forma, tipo, etc. Las tenía distribuidas ocupando todo el espacio, tan prietas que no podría colocar más aunque quisiera, y de cuya colección estaba más que orgulloso.
A Ricardo le encantaba, cuando pasaba por allí, pararse a descolocarle unas cuantas llaves (decía que, si lo hacía, seguro que Luis no se daría cuenta), pero nunca calculaba bien los “posibles” de sus acciones. Luis siempre lo advertía, a la primera, y se vengaba de él poniéndole chorizo frito cuando, recién despertado, bajaba a la cocina-comedor. A mi hermano, que como yo, casi siempre (a excepción de mis años en Sabiote) desayuna solamente un café con leche, le daban arcadas solamente con el olor del chorizo frito en ayunas. Luis se sonreía por lo bajo, con una sonrisa imperceptible que yo conocía bien.
Este Ricardo no es malo, es que le gusta tocar los “colgajillos”, o a veces le salen las cosas sin querer. Como cuando nos mudamos de Sabiote. Aquella fría última noche en el pueblo, con los muebles desmontados ya, dormimos en el suelo sobre los colchones y cubiertos con las mantas y edredón. Hacía tanto frío que encendió un brasero eléctrico junto al colchón. Si no me levanto de madrugada a orinar, seguro que era nuestra última noche. Acabé sin edredón, claro, pero con hermano.
Realizamos la mudanza, con frío pero en un día claro, y recuerdo que el amigo Antonio, que vivía pasada la ermita de San Gines y era de Begíjar creo, y que murió aplastado por un tractor que unos pocos años después le cayó encima, me prestó la polea (garrucha) para descolgar muebles por la terraza. Cuando Gines María Carmona (Dios tenga en su gloria a ambos) y su camión, conmigo de acompañante, inició la marcha, sé que dejaba muchas cosas hermosas atrás y empezaba a cambiar un poco más.
Un abrazo a tod@s.
Tengo un hermano, Ricardo, al que llevo un par de años y que es un tío-moscacojonera de cuidado, buscando la forma de hacerte una diablura constantemente aunque tiene un gran corazón y siempre lo encuentras para todo; por eso, siempre estuvo disponible en mis mudanzas y otros menesteres. A Sabiote vino a verme en seis o siete ocasiones, y de todas ellas guardo recuerdos.
Especialmente recuerdo la desesperación de Luis “maceo”, al que sometía a numerosas pruebas. Éste tenía la costumbre de colgar como adorno miles y miles de llaves entre el recibidor y la escalera, llaves todas de hierro y cada una de diferente forma, tipo, etc. Las tenía distribuidas ocupando todo el espacio, tan prietas que no podría colocar más aunque quisiera, y de cuya colección estaba más que orgulloso.
A Ricardo le encantaba, cuando pasaba por allí, pararse a descolocarle unas cuantas llaves (decía que, si lo hacía, seguro que Luis no se daría cuenta), pero nunca calculaba bien los “posibles” de sus acciones. Luis siempre lo advertía, a la primera, y se vengaba de él poniéndole chorizo frito cuando, recién despertado, bajaba a la cocina-comedor. A mi hermano, que como yo, casi siempre (a excepción de mis años en Sabiote) desayuna solamente un café con leche, le daban arcadas solamente con el olor del chorizo frito en ayunas. Luis se sonreía por lo bajo, con una sonrisa imperceptible que yo conocía bien.
Este Ricardo no es malo, es que le gusta tocar los “colgajillos”, o a veces le salen las cosas sin querer. Como cuando nos mudamos de Sabiote. Aquella fría última noche en el pueblo, con los muebles desmontados ya, dormimos en el suelo sobre los colchones y cubiertos con las mantas y edredón. Hacía tanto frío que encendió un brasero eléctrico junto al colchón. Si no me levanto de madrugada a orinar, seguro que era nuestra última noche. Acabé sin edredón, claro, pero con hermano.
Realizamos la mudanza, con frío pero en un día claro, y recuerdo que el amigo Antonio, que vivía pasada la ermita de San Gines y era de Begíjar creo, y que murió aplastado por un tractor que unos pocos años después le cayó encima, me prestó la polea (garrucha) para descolgar muebles por la terraza. Cuando Gines María Carmona (Dios tenga en su gloria a ambos) y su camión, conmigo de acompañante, inició la marcha, sé que dejaba muchas cosas hermosas atrás y empezaba a cambiar un poco más.
Un abrazo a tod@s.