Cuando mi coche, aquel R-8 con matrícula de Palma de Mallorca sin letra que os dije en anterior escrito, se me averió gravemente, me vi obligado a comprar otro, y como el dinero no brotaba cuando abría el grifo de la cocina, pues me conformé con comprar un coche de varias manos que era propiedad de Juan Tito Navarrete Utrera, director por aquel entonces de la oficina en Sabiote de la Caja de Granada.
El coche no estaba nada mal, era un Seat 1430 con motor 1600 cc color verde oscuro que estaba muy bien cuidado, y de motor, aún mejor. Realmente bonito, tapizado en cuero negro, tenía un radio-cassette más viejo que el que lo diseñó, pero que funcionaba escandalosamente bien, con potencia y fiabilidad. Apenas se tragaba trozos de cinta de cassette. En el reposa brazos que había junto al freno de mano guardaba algunas cintas de Jorge Cafrune, El Perro de Paterna, la Orquesta Mondragón, y otras más que me aliviaban los largos trayectos de fin de semana. Yo lo aparcaba siempre debajo de la casa en la que vivía con Miguel “el maño” en la casa-cuartel de la Guardia Civil antigua en la curva de Avenida de la Constitución.
Miguel, por aquel tiempo, trabajaba pintando la escuela de la Guardia Civil en Úbeda y yo lo llevaba por las mañanas antes de entrar a trabajar en la Caja. Una mañana, al ir a llevarlo, me dice Miguel: -“Mira, nen, te han intentado quitar el radio-cassette, porque está salido de un lado; se ve que algo o alguien los ha sorprendido y han dejado la faena a medias. Estos vienen esta noche a rematar la faena, y yo los esperaré”.
Aquella noche, o al menos la mayoría de ella, se la pasó Miguel sentado en una silla con la ventana entreabierta y su escopeta de caza cargada, a la espera de los incautos. No se atreverían, vamos. Por la mañana, al ir a llevarlo de nuevo al trabajo, observamos con más dolor que sorpresa, que el aparato había desaparecido. El más dolido fue Miguel, para qué negarlo, que después de una noche en la ventana veía que su orgullo de cazador resultaba dañado por haber sido más lista la presa que él.
-“Esto no va a quedar así (decía él), esta tarde no me esperes, que iré a la Torre y volveré con él”; -“Miguel, ¿voy contigo?” (gemía yo no muy convencido); -“No, tú no te metas en esto, iré al Manzanillo (un pub de la Torre) y por mis c… que traigo el cassette conmigo”.
Aquella noche lo esperé en la discoteca La Higuera, con Juan Antonio y la Isa (novia de Miguel, hoy su mujer por la boda civil en Úbeda de la que fui testigo pocos años después), hasta muy tarde, con más preocupación que necesidad del aparato, pero he de reconocer que en cuanto vi llegar a Miguel con un hatillo formado por una camisa de cuadros y de él sacaba el radio-cassette, algo de mi orgullo dañado se recomponía. No es normal recuperar un aparatito.
Las cintas de música no aparecieron, y según dijo Miguel, los ladronzuelos habían dicho que “como eran una mierda, las tiramos esa misma noche por la carretera”. Eso sí que me dolió, pero aquella misma noche empecé a valorar más las cosas. O no, porque al mes me compré otro radio-cassette más “guapo”. Cosas de la juventud.
El coche no estaba nada mal, era un Seat 1430 con motor 1600 cc color verde oscuro que estaba muy bien cuidado, y de motor, aún mejor. Realmente bonito, tapizado en cuero negro, tenía un radio-cassette más viejo que el que lo diseñó, pero que funcionaba escandalosamente bien, con potencia y fiabilidad. Apenas se tragaba trozos de cinta de cassette. En el reposa brazos que había junto al freno de mano guardaba algunas cintas de Jorge Cafrune, El Perro de Paterna, la Orquesta Mondragón, y otras más que me aliviaban los largos trayectos de fin de semana. Yo lo aparcaba siempre debajo de la casa en la que vivía con Miguel “el maño” en la casa-cuartel de la Guardia Civil antigua en la curva de Avenida de la Constitución.
Miguel, por aquel tiempo, trabajaba pintando la escuela de la Guardia Civil en Úbeda y yo lo llevaba por las mañanas antes de entrar a trabajar en la Caja. Una mañana, al ir a llevarlo, me dice Miguel: -“Mira, nen, te han intentado quitar el radio-cassette, porque está salido de un lado; se ve que algo o alguien los ha sorprendido y han dejado la faena a medias. Estos vienen esta noche a rematar la faena, y yo los esperaré”.
Aquella noche, o al menos la mayoría de ella, se la pasó Miguel sentado en una silla con la ventana entreabierta y su escopeta de caza cargada, a la espera de los incautos. No se atreverían, vamos. Por la mañana, al ir a llevarlo de nuevo al trabajo, observamos con más dolor que sorpresa, que el aparato había desaparecido. El más dolido fue Miguel, para qué negarlo, que después de una noche en la ventana veía que su orgullo de cazador resultaba dañado por haber sido más lista la presa que él.
-“Esto no va a quedar así (decía él), esta tarde no me esperes, que iré a la Torre y volveré con él”; -“Miguel, ¿voy contigo?” (gemía yo no muy convencido); -“No, tú no te metas en esto, iré al Manzanillo (un pub de la Torre) y por mis c… que traigo el cassette conmigo”.
Aquella noche lo esperé en la discoteca La Higuera, con Juan Antonio y la Isa (novia de Miguel, hoy su mujer por la boda civil en Úbeda de la que fui testigo pocos años después), hasta muy tarde, con más preocupación que necesidad del aparato, pero he de reconocer que en cuanto vi llegar a Miguel con un hatillo formado por una camisa de cuadros y de él sacaba el radio-cassette, algo de mi orgullo dañado se recomponía. No es normal recuperar un aparatito.
Las cintas de música no aparecieron, y según dijo Miguel, los ladronzuelos habían dicho que “como eran una mierda, las tiramos esa misma noche por la carretera”. Eso sí que me dolió, pero aquella misma noche empecé a valorar más las cosas. O no, porque al mes me compré otro radio-cassette más “guapo”. Cosas de la juventud.