SABIOTE: En Sabiote, allá por los días de San Antón, San Blas...

En Sabiote, allá por los días de San Antón, San Blas y la Candelaria, los jóvenes gustan (o gustaban) de encender hogueras y luego saltarlas, cuando la llama está grande. El espacio preferido es (o era) en la calle de Juan Rodríguez, donde hay menos tráfico automovilístico y se molesta menos. Allá se juntan los mozos y allí amontonan la leña, papel y cartón que van encontrando en una “razzia urbana”.

Mientras el fuego alcanza las proporciones deseadas, se produce un hecho curioso: los jóvenes beben en grupo, en botellas que han comprado en la tienda y llevan para acompañar la fiesta. No es que se beba demasiado, pero sí lo bastante para estar un poco más alegres cuando llega el momento de los saltos. ¿Os suena? A ver si las hogueras de Sabiote van a ser las precursoras de los “botellones” de las ciudades.

De una de aquellas noches guardo un recuerdo imborrable. Una noche, a eso de la una de la mañana me vienen a casa a despertar unos amigos: “Bareta”, Eduardo, Alonso, Luis, … -“Venga, levanta, que vamos a hacer una hoguera”. La verdad, que poco me costó levantarme, vestirme y salir corriendo por la puerta. Allá me estaban esperando dentro de una furgoneta blanca. - ¿Dónde vamos?” –“Espera y lo verás”. Llegamos a un lugar oscuro, cercano a la muralla, hacia el final de la calle de la Mota o por esa zona, donde se pusieron a cargar (yo me puse a ayudarles) haces de ramas secas, atadas, que estaban en aquel lugar apiladas.

Aquello fue un verdadero espectáculo: ¡Qué llamas más altas! ¡Qué saltos! ¡Qué alegría al calor de la lumbre y de las botellas! A la fiesta se habían sumado Martín Ruiz, padre de Miguel Ruiz, el delegado de bellas artes en el ayuntamiento, y “Gachamiga”, contagiados por la alegría y deseosos de probar en los saltos, aunque por la parte más estrecha de la hoguera. He de decir que cumplieron, a pesar de los años y del marcapasos de “Gachamiga”, ambos cumplieron. Saltaron y bebieron felices. Quizá bebieron más que saltaron, pero cumplieron.

A la mañana siguiente, en la Caja, el trabajo se hizo especialmente duro y la jornada especialmente larga. Sobre todo esto último. En ello tuvo que ver, además del sueño y el cansancio, la Guardia Civil. Sí, mi amigo y paisano Andrés, el cabo, y un número, participaron de la fiesta pero al final. A última hora de la mañana, en que se acercaron a mi trabajo. Al llegar, pidieron a Juan Tito Navarrete Utrera, por entonces director de la sucursal, que si podían hablar conmigo en el despacho de dirección. Tras el sí de Tito, entraron directamente al trapo: “Gachamiga” había denunciado que por la noche le habían robado los haces de leña que tenía en su patio para las cabras, y que él cree que fuimos nosotros los que lo hicimos pues vio leña como la suya ardiendo en la hoguera. Me advirtieron que habían hablado con los demás colegas, enumerándolos a todos, y le habían contado como había sido: lo de la furgoneta, que también fueron a por mí, etc. Tras meterme miedo durante un rato (lo habitual), creo que todo quedó en la reprimenda y en la retirada de la denuncia, y más cuando tan bien se lo pasó el propietario de los haces saltándolos. La verdad que fue simplemente una pillería, nada delictivo, con una buena intención: revitalizar las fiestas. Gloriosas hogueras las que se hacen (o hacían) en Sabiote.