Aunque no es la época, me ha venido a la memoria tras ver hace poco un programa de viajeros por el mundo en el que salía el torero colombiano César Rincón, una Navidad en Sabiote. O más bien, una cena en los días de Navidad allá por 1983.
El día amaneció para mí muy temprano, allá sobre las 6 de la mañana, quizá antes, tras avisarme Luis “Maceo” que teníamos que llevar la cena a la panadería para que nos la fueran haciendo en el horno. - ¿Para que nos la vayan haciendo? Un pavo. Un enorme pavo al que Luis había aderezado y colocado en una descomunal cazuela en la que era difícil contener a todo el desabrigado animalillo.
Aquella noche volví pronto a casa, pues había que hacer los preparativos para la cena con los invitados-sorpresa sobre los que Luis no me quería dar pistas, pero que me agradarían. En efecto, fueron de mi agrado: Paqui Zambrana (hermosa sorpresa), que la mayor de las veces estaba en Pamplona y venía por el pueblo solamente de vez en cuando y siempre se la veía acompañada de su inseparable amiga Araceli, “la viuda”, Paco Bautista, un torero de Quesada al que luego, tras su retirada, seguí la pista radiofónica en su peregrinación a la Virgen de Montserrat, en Barcelona, su apoderado, Luis, y yo.
La noche, todo hay que decirlo, transcurrió muy agradable; la sobremesa duró más de lo previsto porque estuvo llena de anécdotas que le sucedieron a Bautista por esos caminos taurinos del mundo mundial y que nos embelesaron a todos. El maestro estuvo sembrado, simpático y fraternal. El apoderado al quite, compañero y locuaz. La Zambrana divina, hermosa y encantadora, y Luis y yo, meros espectadores con escasa participación en el desarrollo de la velada, interesados, observadores y agradecidos.
El día amaneció para mí muy temprano, allá sobre las 6 de la mañana, quizá antes, tras avisarme Luis “Maceo” que teníamos que llevar la cena a la panadería para que nos la fueran haciendo en el horno. - ¿Para que nos la vayan haciendo? Un pavo. Un enorme pavo al que Luis había aderezado y colocado en una descomunal cazuela en la que era difícil contener a todo el desabrigado animalillo.
Aquella noche volví pronto a casa, pues había que hacer los preparativos para la cena con los invitados-sorpresa sobre los que Luis no me quería dar pistas, pero que me agradarían. En efecto, fueron de mi agrado: Paqui Zambrana (hermosa sorpresa), que la mayor de las veces estaba en Pamplona y venía por el pueblo solamente de vez en cuando y siempre se la veía acompañada de su inseparable amiga Araceli, “la viuda”, Paco Bautista, un torero de Quesada al que luego, tras su retirada, seguí la pista radiofónica en su peregrinación a la Virgen de Montserrat, en Barcelona, su apoderado, Luis, y yo.
La noche, todo hay que decirlo, transcurrió muy agradable; la sobremesa duró más de lo previsto porque estuvo llena de anécdotas que le sucedieron a Bautista por esos caminos taurinos del mundo mundial y que nos embelesaron a todos. El maestro estuvo sembrado, simpático y fraternal. El apoderado al quite, compañero y locuaz. La Zambrana divina, hermosa y encantadora, y Luis y yo, meros espectadores con escasa participación en el desarrollo de la velada, interesados, observadores y agradecidos.