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SABIOTE: En Sabiote estuve viviendo durante un tiempo en una...

En Sabiote estuve viviendo durante un tiempo en una casa en la que tenía pensión completa por un precio muy asequible, concretamente, por 17.000 ptas. al mes. Quizá porque con mi caser@ tuve una relación extraña, de amor-odio, es de donde más recuerdos guardo, y de entre ellos, y por una historia que no viene al caso, me ha venido a la memoria la última noche que estuve en aquella casa.

Los antecedentes se encuentran en las pasiones que se despiertan entre dos personas que conviven y más si una de ellas ve tocado su corazón. A partir de ahí, pues qué decir: control visual a través de una mínima raspadura en la pintura del cristal de la puerta de acceso al baño, intento de introducción en la ducha cuando la otra persona se está duchando, intento de introducción en la cama cuando la otra persona está durmiendo, etc.

En todas estas ocasiones y en muchas otras el tema se zanjó con una discusión y posterior olvido del tema, pero eso era así durante unos días. Apenas unas pocas fechas más tarde, vuelta al ajo. La situación llegaba a ponerse insostenible, y los accesos de ira por ambas partes se iban incrementando y cada vez eran más asiduos. Que la situación pudo llegar a mayores, eso es cierto, pero la última noche en aquella casa la recuerdo como si hubiera sido ayer.

Tras la cena, y en un momento en que estaba relajado en un sillón viendo la televisión, mi caser@ se me echó encima con los apetitos sexuales en ebullición. ¡Madre mía la que se lió! Aunque no llegamos a las manos, allí volaron los platos de la mesa, los cubiertos, la mesa camilla, … vamos, todo lo que en la mesa había, incluidos brasero y tarima. El tema ya no podía ser enfocado como en otras ocasiones, en las que se dejaba difuminar el ambiente hasta que volvía a empezar todo de nuevo.

Le conminé a acompañarme a mi habitación para que controlara las pertenencias que introducía en mi bolsa de viaje y así, con únicamente 12 pesetas en el bolsillo y a las 12 de la noche me introduje en la húmeda y fría niebla nocturna del invierno sabioteño. A aquellas horas y en aquellas circunstancias parecía que todos los perros de la noche andaran sueltos.

Mi amigo Miguel “el maño” estaba en casa, sí, pero no tenía dinero encima, o al menos el que yo necesitaba hasta el día siguiente, y como no era cuestión de dormir en el coche, pues al final compartí cama con Miguel y su hijo Sergio, que por aquel entonces se encontraba en el pueblo. Me negué a compartir cama con un tío y dormí aquella noche con dos. En aquella cama de matrimonio dormimos los tres bien, calientes sobre todo, y entre ronquidos y ronquidos y pequeños ronquidos, llegó la mañana y, con ella, la hora de levantarse e ir a la General a currar.