De pequeño era feo. Muy feo. Tanto, que las amigas de mi madre, una treintena larga, iban siempre a sacar a la calle a mi hermana un año mayor y a mí no me hacían ni caso. Siempre en la cuna, casi sin una caricia, casi sin una mirada, casi sin un mimo, casi sin... no sé qué más decir, pero ¡maldito caso el que me hacían! Tanto era así que mi madre, más que predisponerse a cogerme para compensar, me ponía la radio para que la música me entretuviera. Así salí yo, que la música es mi pasión y tengo en la memoria canciones y letras de los años 50 y 60, de cuando tenía meses. Cuando tarareo alguna, hay incluso quien me dice que cómo puedo yo conocer esa canción si en su tiempo yo no había ni nacido. Pero es que no había tanta música entonces, y las emisoras, por ahorrar tan bajo presupuesto que tenían, repetían mucho los mismos discos que tenían en los estudios.
Las secuelas negativas de aquel ostracismo, que también las hubo, fueron evidentes. Hasta que a los catorce meses no me sacaron de la cuna, no eché a andar. Una mujer que ayudaba a mi madre a encalar la casa, apiadándose de mí, me sacó de la cuna, me puso en una mano un paño y en la otra una escoba y me dijo –Anda, Dami, ve y dáselos a mamá. Y el “niñonstruo”, con paso vacilante, se dirigió a su mami a darle ambos trofeos. ¡Dios tenga en su gloria a tan buena señora!
Sí, en verdad, fueron tiempos duros para los feos... ¡y como no si hasta los Sirex sacaron una canción en la que pedían la exterminación de los que no eran atractivos! “y no quede ninguno, ninguno, ninguno tan feo...”, cantaban. Yo no sé si mi madre me daba el pecho de espaldas, pero seguro que durante su embarazo pensó que su hijo sería guapo y buen mozo.
La otra persona que me tocaba, acariciaba y besaba era la “tita Anita”, una prima hermana de mi padre que siempre que iba a casa
tenía alguna carantoña para mí. Durante años, cada vez que vino a casa mientras pudo andar me decía: -Ay mi patito feo, lo guapo que se ha puesto... No sería yo quien le quitara la ilusión a la mujer, pero hube de reconocer que tan feo ya no era. Ni tan guapo, claro.
¿Que porqué cuento esta historia? No lo sé, pero ya que estoy bien, más o menos, me apetecía contaros algo, y me ha venido a la mente la película que he visto en el pueblo este fin de semana pasado, sobre un chico calvo y blanco que es todo energía eléctrica y al que todos temen y consideran muy feo, y me acordé de mis primeros años de vida. ¡Qué peliculón! Si no lloré es porque consideré que si no lloraron antes por mí, que era más feo, no iba yo a llorar por él, que lo era menos. Pero bueno, aunque él era más inteligente, yo era real, y de aquella época conservo un amor a la música enorme. Hasta pronto.
Las secuelas negativas de aquel ostracismo, que también las hubo, fueron evidentes. Hasta que a los catorce meses no me sacaron de la cuna, no eché a andar. Una mujer que ayudaba a mi madre a encalar la casa, apiadándose de mí, me sacó de la cuna, me puso en una mano un paño y en la otra una escoba y me dijo –Anda, Dami, ve y dáselos a mamá. Y el “niñonstruo”, con paso vacilante, se dirigió a su mami a darle ambos trofeos. ¡Dios tenga en su gloria a tan buena señora!
Sí, en verdad, fueron tiempos duros para los feos... ¡y como no si hasta los Sirex sacaron una canción en la que pedían la exterminación de los que no eran atractivos! “y no quede ninguno, ninguno, ninguno tan feo...”, cantaban. Yo no sé si mi madre me daba el pecho de espaldas, pero seguro que durante su embarazo pensó que su hijo sería guapo y buen mozo.
La otra persona que me tocaba, acariciaba y besaba era la “tita Anita”, una prima hermana de mi padre que siempre que iba a casa
tenía alguna carantoña para mí. Durante años, cada vez que vino a casa mientras pudo andar me decía: -Ay mi patito feo, lo guapo que se ha puesto... No sería yo quien le quitara la ilusión a la mujer, pero hube de reconocer que tan feo ya no era. Ni tan guapo, claro.
¿Que porqué cuento esta historia? No lo sé, pero ya que estoy bien, más o menos, me apetecía contaros algo, y me ha venido a la mente la película que he visto en el pueblo este fin de semana pasado, sobre un chico calvo y blanco que es todo energía eléctrica y al que todos temen y consideran muy feo, y me acordé de mis primeros años de vida. ¡Qué peliculón! Si no lloré es porque consideré que si no lloraron antes por mí, que era más feo, no iba yo a llorar por él, que lo era menos. Pero bueno, aunque él era más inteligente, yo era real, y de aquella época conservo un amor a la música enorme. Hasta pronto.