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SANTA ELENA: La historia de Santa Elena está unida estrechamente...

La historia de Santa Elena está unida estrechamente a tres reyes: a Alfonso VIII por culpa de una batalla la de las Navas de Tolosa, a Carlos III por motivos de su fundación y colonización con colonos alemanes, y al rey Alfonso XIII a causa de una singular tortilla que precisamente lleva su nombre: la tortilla Alfonso XIII, la cual aún puede degustarse en el mesón de Santa Elena. Su origen se remonta a los años veinte del siglo XX, cuando el cocinero del marqués de Comillas, padre de los primeros dueños de este restaurante, estando invitado el rey Alfonso XIII en casa del marqués y queriendo quedar a la altura de tan egregio paladar, hizo una tortilla con la que sorprendió muy gratamente a su majestad. Tenía como ingredientes, además de huevos, jamón, champiñón, trufa y riñones de cordero. Una vez elaborada la tortilla se situaba ésta sobre una base formada por un picatoste de pan frito, se bañaba con tomate frito, se le colocaba encima un huevo asado a la plancha, más que frito, y se adornaba, a modo de sombrero, con un champiñón cocido, entero, que se remataba con un espadín toledano que lo ensartaba todo.
De las tradiciones culinarias de los colonos alemanes venidos en el siglo XVIII, no queda más que la costumbre de los Rulahuevos, los cuales acababan, y siguen acabando cada año, formando parte de una ensalada, que en toda la comarca de las Nuevas Poblaciones recibe el nombre de pipirrana, y que suele hacerse con pimientos asados, aceitunas, atún y mucho aceite de oliva.
Santa Elena, por su ubicación en Sierra Morena, es también lugar idóneo para tomar la llamada carne de monte (la de ciervo, gamo o jabalí), ya sea en salsa o frita, una vez puesta en adobo. La caza menor también es objeto de buenos guisos tales como la perdiz en escabeche, las habichuelas con perdiz, o los varios guisos hechos con conejo, sin olvidar los tradicionales, y muy extendidos en nuestra geografía culinaria, andrajos, hechos con una masa fina de harina que se cuece en un caldo de carne de libre con un sofrito de pimiento y tomate, y se aromatiza con hierbabuena.
De la Semana Santa, además de los platos de bacalao, son propias las flores, elaboradas en las casas con un molde de hierro que se calienta y se sumerge en una gacheta de harina que se fríe en aceite muy caliente, quedando un dulce muy frágil con forma de arabescos que se espolvorea de azúcar o miel. Es originario de la cocina manchega, si bien se encuentra muy extendido por las tierras de Jaén. En esos días también se harán pestiños y roscos fritos.
De la celebración del día primero de noviembre, festividad de Todos los Santos, se conservan las gachas dulces con tostones, leche caliente o miel de caldera, y con cuya masa sobrante, en ancestral rito, se tapan las cerraduras de la propia casa, y a modo de broma la de los vecinos, para que por ellas no puedan entrar las almas en pena que vagan esa noche solicitando oraciones para su definitivo descanso eterno.