SANTO TOME: Segunda parte Los envejecidos tejados oscuros de...

Segunda parte

Los envejecidos tejados oscuros de las casas, que ondulados han cedido al tiempo brillan por la humedad helada en sus canalones, que en poco tiempo desaparecerá.
En el centro de la calle varios charcos se han helado durante la gélida noche invernal, serán la diversión de los niños que en unas horas revolotearán a su alrededor, intentando romperlos con piedras tan frías como el mismo hielo.
En el horizonte los algodonados nimbos, rojos, amarillentos y ocres, van cediendo suavemente a la fuerza de la luz intensa del nuevo día.
Entonces con un salto con las manos bien asidas a la parte superior de la aljama del mulo el campesino está sentado sobre el animal que sube y baja la cabeza en señal de protesta por el peso que está soportado. El vecino da un pie a la mujer y en un leve esfuerzo la iza hasta colocarla sobre la albarda de la borrica sentada de medio lado. Con una manta se tapa alrededor la cintura hasta los pies; abrigada con zapatillas de lana medias negras, y calcetines gruesos, bajo una falda larga de algodón. Un chal negro de lana sobre el sayo y una blusa de punto fino tapan su torso, y sobre la cabeza un pañuelo oscuro con dibujos apenas apreciables que cubre también su cara, hacen que la mujer esté dispuesta. él con doble calcetín de lana, botas camperas, chaqueta y pantalón de pana color tabaco, con retales asimétricos sobre las rodillas y uno en el trasero, se protege bajo la pelliza que pesa más de media arroba y encasquetándose la gorra negra empiezan a caminar con paso enjuto y la vista distraída en el frío suelo, las manos en los bolsillos, y el ronzal en el hombro tira suavemente el campesino de las riendas de la borrica que le sigue resignada.
Pasan por delante de la taberna donde se oye un sordo murmullo, y los primeros cafés y copas de anís, cazalla o coñac son servidos a un grupo de jornaleros que se preparan para combatir el frío día en los bancales del llano, las anegas o las olivas.
Entretanto el “lucero” con una vara larga, apaga las luces, cuyas bombillas bajo los portalámparas en forma de obtusos embudos blancos meció el cierzo, bailando su luz en las fachadas mitigando la intensa oscuridad de la noche que languidecía en las esquinas y las calles ayudando al transeúnte a evitar un tropiezo, girando el interruptor en forma de te, una tras otra, para cumplir el edicto del Ayuntamiento.
Continuará.