¡Qué tienes, Siles!
¡Qué tienes, mi pueblo!
Que me atraes, me subyugas
y a ti siempre vuelvo...
Ayer quise recordar tus calles,
y quise recordar tus tierras,
allardía,
empaque y salero,
porque tienes una iglesia
envidia del forastero
y una torre sustentada
el cubo, cuatro pilares recios.
¿Dónde se ha visto
semejante monumento?
Los escudos de tus calles
hablan de un pasado cierto,
de riqueza y señorío
y de un pueblo sincero
que siempre tuvo acogida
para todos los forasteros,
con agrado y simpatía
y con los brazos abiertos. Ayer quise recordar tus calles,
y quise recordar tus tierras.
visite la hermita
y recorde del agosto tus fiestas
Y el recorrido despertó en mí
retrospectivos recuerdos
que de pronto afloraron
y que llevaba muy dentro.
Imaginé a nuestros mayores,
bajo un sol de infierno,
beber el agua fresca
de la fuente el Contaero.
Y recordé las eras, la trilla
y a los hombres con sus viendros
lanzando al aire paja y grano
para que los separe el viento.
Y si el viento se para,
no queda otro consuelo,
un cigarro en el chozo
y... a esperar de Eolo un gesto.
E imaginé los mulos cargados
de trigo y de centeno
por la Garganta, con sus amos,
sorteando estrechos senderos,
llevando hasta el molino
el grano, que con tanto esfuerzo,
recolectaron con ilusión
para pan y para pienso.
Y recordé a nuestras mujeres
en las Charcas lavando el lienzo
que transportaban en la cabeza,
metido en grandes cestos.
Cómo admiraba a nuestras madres
cuando yo era pequeño.
Cómo aguantaban el equilibrio,
cómo aguantaban el peso.
Y para acarrear agua del pilar
llevaban, sin aparente esfuerzo,
un cántaro a la cabeza y otro al cuadril,
tanto en verano como en invierno.
Y, hablando del presente,
admiro tu carácter sereno,
tus olivares verdes
y tus pequeños huertos.
Tus vinos de pitarra,
de oveja, tus quesos,.
y tus higos de almíbar
envidia del mundo entero.
Pero... ¡ay! ayer alguien habló mal de ti.
Triste estoy. Dejadme un pañuelo
para secar mis lágrimas
que te han perdido el respeto.
Que nuestros abuelos y padres
que descansan allá en el cementerio
nunca renegaron de ti...
Ellos nunca lo hubieran hecho.
Y salí en tu defensa
y comenté con desprecio,
que era de mal nacido
renegar de un pueblo.
Y le hablé de tus gentes,
y le hablé de tus monumentos,
y le dije: (con palabras
que me salieron de muy dentro)
Pero... qué más queremos
si hasta, para más cachondeo,
tiene nuestro pueblo la gran piedra
que se mueve con un "deo".
¡Qué tienes, mi pueblo!
Que me atraes, me subyugas
y a ti siempre vuelvo...
Ayer quise recordar tus calles,
y quise recordar tus tierras,
allardía,
empaque y salero,
porque tienes una iglesia
envidia del forastero
y una torre sustentada
el cubo, cuatro pilares recios.
¿Dónde se ha visto
semejante monumento?
Los escudos de tus calles
hablan de un pasado cierto,
de riqueza y señorío
y de un pueblo sincero
que siempre tuvo acogida
para todos los forasteros,
con agrado y simpatía
y con los brazos abiertos. Ayer quise recordar tus calles,
y quise recordar tus tierras.
visite la hermita
y recorde del agosto tus fiestas
Y el recorrido despertó en mí
retrospectivos recuerdos
que de pronto afloraron
y que llevaba muy dentro.
Imaginé a nuestros mayores,
bajo un sol de infierno,
beber el agua fresca
de la fuente el Contaero.
Y recordé las eras, la trilla
y a los hombres con sus viendros
lanzando al aire paja y grano
para que los separe el viento.
Y si el viento se para,
no queda otro consuelo,
un cigarro en el chozo
y... a esperar de Eolo un gesto.
E imaginé los mulos cargados
de trigo y de centeno
por la Garganta, con sus amos,
sorteando estrechos senderos,
llevando hasta el molino
el grano, que con tanto esfuerzo,
recolectaron con ilusión
para pan y para pienso.
Y recordé a nuestras mujeres
en las Charcas lavando el lienzo
que transportaban en la cabeza,
metido en grandes cestos.
Cómo admiraba a nuestras madres
cuando yo era pequeño.
Cómo aguantaban el equilibrio,
cómo aguantaban el peso.
Y para acarrear agua del pilar
llevaban, sin aparente esfuerzo,
un cántaro a la cabeza y otro al cuadril,
tanto en verano como en invierno.
Y, hablando del presente,
admiro tu carácter sereno,
tus olivares verdes
y tus pequeños huertos.
Tus vinos de pitarra,
de oveja, tus quesos,.
y tus higos de almíbar
envidia del mundo entero.
Pero... ¡ay! ayer alguien habló mal de ti.
Triste estoy. Dejadme un pañuelo
para secar mis lágrimas
que te han perdido el respeto.
Que nuestros abuelos y padres
que descansan allá en el cementerio
nunca renegaron de ti...
Ellos nunca lo hubieran hecho.
Y salí en tu defensa
y comenté con desprecio,
que era de mal nacido
renegar de un pueblo.
Y le hablé de tus gentes,
y le hablé de tus monumentos,
y le dije: (con palabras
que me salieron de muy dentro)
Pero... qué más queremos
si hasta, para más cachondeo,
tiene nuestro pueblo la gran piedra
que se mueve con un "deo".
muy pero k muy bonito de una sileña