Para que lo conozcais tod@s, y como ahora estamos en la Semana Santa, os invito a leer el poema que me premiaron en 2.011, en el Certamen Literario "Rodrigo Manrique", de Siles:
"El Encuentro"
... Y camina el Nazareno
llevando la cruz a cuestas,
muy extenuado, sin fuerzas,
de sangre el semblante lleno,
por defender causas nuestras.
Las turbas enloquecidas,
con un odio que les ciega,
hacia el Gólgota le llevan,
para quitarle la vida,
cumpliendo así su condena.
Su Santa madre María,
cara de lágrimas llena,
traspasada por la pena,
pero, con gran valentía,
se hace presente en la escena.
¡Prohibido el paso, Señora!
Grita el capitán romano,
enarbolando en la mano
espada intimidadora,
como razón de su mando.
Con sus lanzas, los soldados
-cruzadas de lado a lado-,
varias veces le han cortado
el paso. ¡Qué desalmados!.
¡Cuanto daño le han causado!
María, con entereza,
con el alma desolada,
a los pies caída el alma,
sin proferir una queja,
se retira resignada.
Mas - ¡sorpresa!-, de repente,
cuando nadie lo esperaba,
aparece con su espada
un ángel resplandeciente,
que ordena con voz templada:
¡Rendid las armas, sayones!
Y aquel romano, en el acto,
suelta el arma de la mano,
rendido sin condiciones,
mostrando su lado humano,
y a sus huestes, las conmina
para que, sin más demora,
dejen paso a la Señora,
que al instante se encamina
hasta su hijo, en buena hora.
*
Las escenas de mi canto,
en Siles tienen lugar,
ante el fervor popular,
alboreando el Viernes Santo,
y al pueblo hacen meditar.
Si este hondo sentimiento.
que ha conmovido a la gente,
estuviera siempre en mente
como sensible argumento,
todo sería diferente.
Más, tras de la procesión,
regresamos a lo nuestro,
y sin apenas esfuerzo
apagamos la ilusión,
olvidamos El Encuentro.
Genito.
"El Encuentro"
... Y camina el Nazareno
llevando la cruz a cuestas,
muy extenuado, sin fuerzas,
de sangre el semblante lleno,
por defender causas nuestras.
Las turbas enloquecidas,
con un odio que les ciega,
hacia el Gólgota le llevan,
para quitarle la vida,
cumpliendo así su condena.
Su Santa madre María,
cara de lágrimas llena,
traspasada por la pena,
pero, con gran valentía,
se hace presente en la escena.
¡Prohibido el paso, Señora!
Grita el capitán romano,
enarbolando en la mano
espada intimidadora,
como razón de su mando.
Con sus lanzas, los soldados
-cruzadas de lado a lado-,
varias veces le han cortado
el paso. ¡Qué desalmados!.
¡Cuanto daño le han causado!
María, con entereza,
con el alma desolada,
a los pies caída el alma,
sin proferir una queja,
se retira resignada.
Mas - ¡sorpresa!-, de repente,
cuando nadie lo esperaba,
aparece con su espada
un ángel resplandeciente,
que ordena con voz templada:
¡Rendid las armas, sayones!
Y aquel romano, en el acto,
suelta el arma de la mano,
rendido sin condiciones,
mostrando su lado humano,
y a sus huestes, las conmina
para que, sin más demora,
dejen paso a la Señora,
que al instante se encamina
hasta su hijo, en buena hora.
*
Las escenas de mi canto,
en Siles tienen lugar,
ante el fervor popular,
alboreando el Viernes Santo,
y al pueblo hacen meditar.
Si este hondo sentimiento.
que ha conmovido a la gente,
estuviera siempre en mente
como sensible argumento,
todo sería diferente.
Más, tras de la procesión,
regresamos a lo nuestro,
y sin apenas esfuerzo
apagamos la ilusión,
olvidamos El Encuentro.
Genito.