Hubo un tiempo en que la avanzada militar de Castilla por estas tierras era la fortaleza de Vilches. En la otra parte del valle, cruzando el río Guadalen, levantaron los moros un fuerte castillo que oponiéndose al de Vilches guardase su frontera: el castillo de Spelunca.
Un esforzado adalid cristiano llamado Gil Baile logró conquistar este castillo. Agradecido el rey de Castilla por esta hazaña que ensanchaba los límites meridionales de su reino, ofreció a Gil Baile el castillo con tanta tierra como abarcase la vista desde su torre más alta. Entonces Gil Baile reunió canteros y maestros de fábrica y los mandó levantar una torre del homenaje cuyos muros se acrecentaran hasta que el vértigo y las poleas vedasen la altura. Cuando estuvo concluída la fortísima obra, desde su terraza, que no frecuentaban las palomas, se podía atisbar un dilatado paisaje de carrascas y vallecillos pedregosos que iba desde el río Guadalimar hasta el Guadalén. Gil Baile se vió rico entonces en tierras y bienes y mandó a los canteros que le labraran una casa principal junto a la Iglesia Mayor de Baeza y que en su portada esculpieran primorosamente sus escudos de armas. Y pareciéndole que con esto podría vivir una vida rica y contenta, puso un letrero en la puerta de su cortijo que decía:
De río a río todo es mío. Esta es la tierra de Gil Baile que no morirá de sed ni de hambre.
Era Gil Baile gran cazador y había en sus dominios muchos venados y jabalíes que él solía perseguir con lanza o ballesta. Un día que salió al monte descubrió un hermoso venado pardo manchado de blanco que pacía su hierba mañanera en un pradillo junto al arroyo. Antes de que Gil Baile lograra acercarse a distancia de tiro, el fino animal receló el peligro y huyó. A todo galope lo perseguía Gil Baile por entre las encinas y matorrales de sus dominios. Llevaba un buen rato en el seguimiento y ya casi le daba alcance cuando el caballo se detuvo bruscamente al borde de una oscura sima y el porfiado jinete salió por las orejas y se precipitó en aquellas tenebrosas honduras.
Por suerte o por desgracia el fondo de la cueva era de tierra blanda o de ceniza y amortiguó el batacazo del cazador. Después de mentar a mil santos y blasfemar reciamente contra su suerte, Gil Baile se calmó un poco y comenzó a explorar a tientas el extraño aposento que le deparaba la fortuna: era casi circular y de paredes escarpadas. Quizá fuera obra de mineros antiguos. Pronto comprendió que no podría salir de allí sin ayuda. Hizo bocina con las manos y llenó de gritos los valles colindantes y los roquedos hasta que enronqueció y hubo de aceptar que sus oscuras llamadas apenas rebasaban la boca del pozo.
Al principio lo confortaba la compañía del caballo que se adivinaba fiel en la claridad diurna de la entrada.
Cuando a la caída de la tarde comprendió que el caballo se había marchado comenzó a sentir miedo. Después del caballo se fue el sol. Arriba se adivinaba un círculo de pálidas estrellas.
Pasaron muchos días. Cuando los deudos y criados de Gil Baile dieron con la cueva después de haber rebuscado los extensos dominios de su señor, solo pudieron rescatar el cadáver del castellano: contra lo que pronosticara en la puerta de su casa Gil Baile había muerto de frío, de sed y de hambre.
Hoy el castillo se llama de Giribaile (Gil Baile) y casi nadie lo nombra por los otros nombres del lugar: Spelunca o las Cuevas.
Un esforzado adalid cristiano llamado Gil Baile logró conquistar este castillo. Agradecido el rey de Castilla por esta hazaña que ensanchaba los límites meridionales de su reino, ofreció a Gil Baile el castillo con tanta tierra como abarcase la vista desde su torre más alta. Entonces Gil Baile reunió canteros y maestros de fábrica y los mandó levantar una torre del homenaje cuyos muros se acrecentaran hasta que el vértigo y las poleas vedasen la altura. Cuando estuvo concluída la fortísima obra, desde su terraza, que no frecuentaban las palomas, se podía atisbar un dilatado paisaje de carrascas y vallecillos pedregosos que iba desde el río Guadalimar hasta el Guadalén. Gil Baile se vió rico entonces en tierras y bienes y mandó a los canteros que le labraran una casa principal junto a la Iglesia Mayor de Baeza y que en su portada esculpieran primorosamente sus escudos de armas. Y pareciéndole que con esto podría vivir una vida rica y contenta, puso un letrero en la puerta de su cortijo que decía:
De río a río todo es mío. Esta es la tierra de Gil Baile que no morirá de sed ni de hambre.
Era Gil Baile gran cazador y había en sus dominios muchos venados y jabalíes que él solía perseguir con lanza o ballesta. Un día que salió al monte descubrió un hermoso venado pardo manchado de blanco que pacía su hierba mañanera en un pradillo junto al arroyo. Antes de que Gil Baile lograra acercarse a distancia de tiro, el fino animal receló el peligro y huyó. A todo galope lo perseguía Gil Baile por entre las encinas y matorrales de sus dominios. Llevaba un buen rato en el seguimiento y ya casi le daba alcance cuando el caballo se detuvo bruscamente al borde de una oscura sima y el porfiado jinete salió por las orejas y se precipitó en aquellas tenebrosas honduras.
Por suerte o por desgracia el fondo de la cueva era de tierra blanda o de ceniza y amortiguó el batacazo del cazador. Después de mentar a mil santos y blasfemar reciamente contra su suerte, Gil Baile se calmó un poco y comenzó a explorar a tientas el extraño aposento que le deparaba la fortuna: era casi circular y de paredes escarpadas. Quizá fuera obra de mineros antiguos. Pronto comprendió que no podría salir de allí sin ayuda. Hizo bocina con las manos y llenó de gritos los valles colindantes y los roquedos hasta que enronqueció y hubo de aceptar que sus oscuras llamadas apenas rebasaban la boca del pozo.
Al principio lo confortaba la compañía del caballo que se adivinaba fiel en la claridad diurna de la entrada.
Cuando a la caída de la tarde comprendió que el caballo se había marchado comenzó a sentir miedo. Después del caballo se fue el sol. Arriba se adivinaba un círculo de pálidas estrellas.
Pasaron muchos días. Cuando los deudos y criados de Gil Baile dieron con la cueva después de haber rebuscado los extensos dominios de su señor, solo pudieron rescatar el cadáver del castellano: contra lo que pronosticara en la puerta de su casa Gil Baile había muerto de frío, de sed y de hambre.
Hoy el castillo se llama de Giribaile (Gil Baile) y casi nadie lo nombra por los otros nombres del lugar: Spelunca o las Cuevas.