Un día llegue a Gaucin, eran sobre las doce de la mañana, del mes de septiembre de 1967, viajábamos dos soldados en un tren de mercancías, con carga militar, y en aquella estación existía una cantina, donde me trataron fabulosamente bien, aquella señora sin cobrarme ni una sola peseta, me regalo una aguja de coser con su hilo, y unas manzanas, además de una botella de vino. Quise pagarla con mí dinero, pero me lo regalo diciendo, que tenía a un hijo suyo de mí misma edad, en el servicio militar en ... (ver texto completo)