No es hasta el
Medievo cuando en algunas iniciativas individuales (sin posibilidad de aprendizaje previo de tal exigencia) se consigue alcanzar, e incluso superar, la barrera de los 30 metros. Es el caso del
Puente del Diablo de Martorell o el Puente de Almaraz, entre esas pocas excepciones. Tras el Medievo, el Renacimiento y los siglos XVI y XVII aportan escasas mejoras y novedades en la construcción de
puentes. Y de esta forma, se llega a 1741, a
Ronda.