Y está ahí su verdad. Que da igual la técnica y la ingeniería, que es un
puente para vivir y sentir. Para sentir el vértigo del salto y la armonía de su fusión con el
paisaje, con su entorno. Si se fijan la próxima vez que vayan (porque es un sitio al que ir y volver) verán bandadas de pájaros que anidan
aguas abajo enfilar el Tajo desde el Puente Antiguo hacia el Nuevo. Y observarán cómo, al llegar al puente, pasan por debajo de sus tres
arcos siguiendo hacia el
valle, sin levantar ni modificar el vuelo. Igual no notan que cruzan un puente; igual lo sienten, ellos también, una parte más del barranco.