Por favor, observar la fecha de esta historia. Es verídico, lo juro por mi Xto de la Sierra.
Málaga, 30 de Junio de 1913
Número 2
Revista trimestral ilustrada del Sindicato de Iniciativas y Propaganda de la Sociedad Excursionista
Lector:
Si es que te emocionan los espectáculos de la naturaleza, continúa leyendo; pero si en tu alma no vibra más que las pequeñas miserias sociales, no sigas la lectura de esta crónica, que en ella no hallarás para ti nada emocionante.
Es el Valle un pueblecito oculto y olvidado, sin que ese olvido tenga justificación, pues la fertilidad de sus tierras hace a sus moradores laboriosos y exige para la exportación de sus frutos más medios de comunicación de los que ahora tiene.
Pero acaso el mismo apartamiento en que se halla le preste esa nota poética que le embellece tanto.
Una quietud sedante, una calma reparadora tiene para nosotros el Valle, para los que vivimos esta vida inquieta de las urbes… Allí se descansa y hallan el espíritu y el cuerpo un reposo nupcial que le funde dulcemente con la dulzura que sigue a los espasmos del amor: allí parece adormecerse todas las pasiones de los hombres y estos olvidarse de sus ansias ruines por el vicio y el oro.
Pero aquella tranquilidad encantadora que sentimos al entrar en el Valle, no duró largo tiempo, que una cerrazón espantable asomó por Poniente y en muy breves momento cubría el horizonte y avanzaba como monstruo alígero, amenazándonos con sus escupitajos de fuego.
Era la tormenta estruendosa que llegaba a ocultar totalmente el azul de los cielos, era la tormenta que inundaba los cauces, las cañadas, los cortijos, las chozas, desgajando el huracán con sus embates siniestros los arbustos que a su paso encontraba para que la corriente de las aguas arrastrara y borrara con ellas las veredas, los caminos, las trochas…
Huían desperdigadas las reses con angustiosos balidos y mugidos: parábanse las acémilas de nuestra impedimenta chapoteando el légamo torrencial que descendía de la sierra y en el camino encontramos campesinos enloquecidos de espanto, porque no conocieron en su vida una tormenta de tales magnitudes.
En la sierra del Valle se veían caer constantemente las chispas: sus crestas elevadas y agudas las atraían. Pero en la llanura también nos amenazaba las exhalaciones que se repetían con imponente frecuencia. Y eran ensordecedores los truenos, cuyos ecos tableteaban prolongadamente en la sierra, difundiendo el horror por toda la campiña.
Y la lluvia aumentaba su intensidad torrencial que iba dificultando peligrosamente nuestra marcha por aquellas tierras de labor, cuyo légamo hacía resbalar a las cabalgaduras y a veces detenernos jadeantes a los que a pié caminábamos.
Penosa era la marcha. Solo el deseo vehementísimo de coger en “El Chorro” el tren correo que nos trajera a Málaga, nos prestaba energía para seguir andando: pero había instantes en que una neurastenia momentánea paralizaba nuestros miembros, rendidos como estábamos por el esfuerzo de la marcha y amedrentados por el agua copiosa y el fragor de los truenos.
Vemos por fin “El Chorro”. Y la tormenta que comienza a alejarse nos permite contemplar aquél anfiteatro de montañas en medio de las cuales aparece culebreando el río, y en su margen izquierda la línea férrea que se extiende desde Madrid a Málaga.
Fue espantable, pero sublime espectáculo.
Un excursionista
Nota. Los señores que realizaron esta memorable expedición fueron el Dr. Lazarraga, D. Galo Ponte, D. José García Herrera, D. Joaquín Juste, D. Cirilo González, D. José González Castro, D. Enrique Alba y D. Luís Cambronero.
Málaga, 30 de Junio de 1913
Número 2
Revista trimestral ilustrada del Sindicato de Iniciativas y Propaganda de la Sociedad Excursionista
Lector:
Si es que te emocionan los espectáculos de la naturaleza, continúa leyendo; pero si en tu alma no vibra más que las pequeñas miserias sociales, no sigas la lectura de esta crónica, que en ella no hallarás para ti nada emocionante.
Es el Valle un pueblecito oculto y olvidado, sin que ese olvido tenga justificación, pues la fertilidad de sus tierras hace a sus moradores laboriosos y exige para la exportación de sus frutos más medios de comunicación de los que ahora tiene.
Pero acaso el mismo apartamiento en que se halla le preste esa nota poética que le embellece tanto.
Una quietud sedante, una calma reparadora tiene para nosotros el Valle, para los que vivimos esta vida inquieta de las urbes… Allí se descansa y hallan el espíritu y el cuerpo un reposo nupcial que le funde dulcemente con la dulzura que sigue a los espasmos del amor: allí parece adormecerse todas las pasiones de los hombres y estos olvidarse de sus ansias ruines por el vicio y el oro.
Pero aquella tranquilidad encantadora que sentimos al entrar en el Valle, no duró largo tiempo, que una cerrazón espantable asomó por Poniente y en muy breves momento cubría el horizonte y avanzaba como monstruo alígero, amenazándonos con sus escupitajos de fuego.
Era la tormenta estruendosa que llegaba a ocultar totalmente el azul de los cielos, era la tormenta que inundaba los cauces, las cañadas, los cortijos, las chozas, desgajando el huracán con sus embates siniestros los arbustos que a su paso encontraba para que la corriente de las aguas arrastrara y borrara con ellas las veredas, los caminos, las trochas…
Huían desperdigadas las reses con angustiosos balidos y mugidos: parábanse las acémilas de nuestra impedimenta chapoteando el légamo torrencial que descendía de la sierra y en el camino encontramos campesinos enloquecidos de espanto, porque no conocieron en su vida una tormenta de tales magnitudes.
En la sierra del Valle se veían caer constantemente las chispas: sus crestas elevadas y agudas las atraían. Pero en la llanura también nos amenazaba las exhalaciones que se repetían con imponente frecuencia. Y eran ensordecedores los truenos, cuyos ecos tableteaban prolongadamente en la sierra, difundiendo el horror por toda la campiña.
Y la lluvia aumentaba su intensidad torrencial que iba dificultando peligrosamente nuestra marcha por aquellas tierras de labor, cuyo légamo hacía resbalar a las cabalgaduras y a veces detenernos jadeantes a los que a pié caminábamos.
Penosa era la marcha. Solo el deseo vehementísimo de coger en “El Chorro” el tren correo que nos trajera a Málaga, nos prestaba energía para seguir andando: pero había instantes en que una neurastenia momentánea paralizaba nuestros miembros, rendidos como estábamos por el esfuerzo de la marcha y amedrentados por el agua copiosa y el fragor de los truenos.
Vemos por fin “El Chorro”. Y la tormenta que comienza a alejarse nos permite contemplar aquél anfiteatro de montañas en medio de las cuales aparece culebreando el río, y en su margen izquierda la línea férrea que se extiende desde Madrid a Málaga.
Fue espantable, pero sublime espectáculo.
Un excursionista
Nota. Los señores que realizaron esta memorable expedición fueron el Dr. Lazarraga, D. Galo Ponte, D. José García Herrera, D. Joaquín Juste, D. Cirilo González, D. José González Castro, D. Enrique Alba y D. Luís Cambronero.