En el siglo XIX, tras las desamortización de los bienes eclesiásticos, la propiedad de la tierra sufre algunas transformaciones. Si la
Iglesia vio sus bienes confiscados y vendidos en pública subasta, la aristocracia, en palabras de
Cruz Villalón «incrementó su patrimonio territorial en nuestra ciudad». A la vez, un grupo de grandes arrendatarios de las propiedades eclesiásticas y aristocráticas serán compradores de bienes desamortizados, dando lugar a unos nuevos propietarios que conformarán la llamada «burguesía agraria»