El grupo poblacional mayoritario seguía siendo el de los jornaleros, afincado fundamentalmente, desde el siglo XV, en el arrabal de
San Pedro. Sus condiciones de vida, tras el periodo desamortizador, habían empeorado como consecuencia de la pérdida de los terrenos comunales. La enajenación de los bienes de la
Iglesia proporcionó a
Carmona su primer
mercado estable, aprovechando el enorme espacio que ocupara el
convento de
Santa Catalina; para ampliar la cárcel, se aprovechó el de San José y para emplazar el primer
cementerio extramuros de la época contemporánea se tomó el convento de Santa Ana, prohibiéndose estrictamente en 1840 los enterramientos en las
parroquias. La falta de presupuesto salvó a la
Puerta de
Sevilla de la piqueta y de la mentalidad higienista en exceso, que veía a las ciudades ahogadas en sus
murallas.