Buenos días Castilleja:
Un saludo muy cordial a toda esta buena gente de Castilleja.
Que paséis un buen día de Martes de Carnaval.
Sevilla / NO DO
Martes de carnaval
El sevillano se disfraza de sí mismo durante todo el año. ¿Para qué vamos a celebrar una fiesta de disfraces?
FRANCISCO ROBLES
Día 21/02/2012
En Sevilla no hay carnaval por una sencilla razón: el sevillano se disfraza de sí mismo durante todo el año. ¿Para qué vamos a celebrar una fiesta de disfraces si nos llevamos todo el tiempo con la máscara que nos sirve para aparentar lo que no somos? Los más jartibles se van a Cádiz, donde la prensa los pone de chupa de dómine, que no es un disfraz quevedesco sino una forma como otra cualquiera de despreciar al que viene de fuera para cargarse la fiesta propia. Son esos sevillanitos trufados de gaditas que opinan sobre los autores de esas comparsas cuyos miembros, con perdón, lloran por los rincones del Falla con un melodramatismo tan falso como el falsete de quien lleva la voz disonante. Menos mal que luego llegan las chirigotas, sobre todo las ilegales, y ponen las cosas en su sitio, o sea, en el ingenio y en la transgresión que llega al borde del borderío.
Aquí lo único que nos queda del Carnaval es su reverso en forma de baile de los seises, ese triduo de desagravio que se refugia bajo las naves catedralicias, como diría un rancio con estudios. Lo nuestro es más refinado, más exquisito. Al sevillano le da corte vestirse de mamarracho y mover el culo en un escenario o en una plazoleta. Pero eso no lo libra del Martes de Carnaval que escribió Valle Inclán en forma de trilogía, porque esta ciudad se parece cada vez más a su propio esperpento. En plena crisis, con la muerte económica de Sevilla mordiéndole los talones, sus cabezas pensantes sólo se preocupan, como el valleinclanesco Don Friolera, de los cuernos que pueda ponerle el amigo o de las cornadas que le endiña el enemigo.
Los sindicalistas se disfrazan de defensores del obrero mientras pastelean los EREs con la Junta y con esos empresarios que nunca lo fueron. La oposición se pone la careta de la honradez y pide sueldos bajos ahora, cuando han esquilmado las marisquerías tras la época de las cigalas gordas. El nuevo poder municipal hace lo propio y alterna la corbata de núo gordo para caerle bien al pijerío hispalense con la camisa abierta que les da un aire más informal. Los kofradesque nada tienen que ver con la verdadera Semana Santa afilan las lenguas en los cenáculos para que corran el tinto y la sangre ajena. Y el mester de progresía canta en falsete como los comparsistas cursis para disimular la corrupción que han propiciado durante estos treinta años.
El marqués de la Vega-Inclán se inventó la estética kitsch del barrio de Santa Cruz, pero el autor del verdadero costumbrismo hispalense fue su medio tocayo Ramón María del Valle-Inclán. El esperpento es un género tan sevillano que no lo vemos. Asistimos a sus representaciones en el gran teatro de la ciudad, donde siempre es carnaval. No nos hacen falta las máscaras porque nacemos con la careta puesta. Vamos al desastre pero la orquesta del Titanic hispalense no deja de tocar, aunque la música sea, como casi todo en esta ciudad, una grabación donde todo se repite hasta la saciedad.
Un saludo muy cordial a toda esta buena gente de Castilleja.
Que paséis un buen día de Martes de Carnaval.
Sevilla / NO DO
Martes de carnaval
El sevillano se disfraza de sí mismo durante todo el año. ¿Para qué vamos a celebrar una fiesta de disfraces?
FRANCISCO ROBLES
Día 21/02/2012
En Sevilla no hay carnaval por una sencilla razón: el sevillano se disfraza de sí mismo durante todo el año. ¿Para qué vamos a celebrar una fiesta de disfraces si nos llevamos todo el tiempo con la máscara que nos sirve para aparentar lo que no somos? Los más jartibles se van a Cádiz, donde la prensa los pone de chupa de dómine, que no es un disfraz quevedesco sino una forma como otra cualquiera de despreciar al que viene de fuera para cargarse la fiesta propia. Son esos sevillanitos trufados de gaditas que opinan sobre los autores de esas comparsas cuyos miembros, con perdón, lloran por los rincones del Falla con un melodramatismo tan falso como el falsete de quien lleva la voz disonante. Menos mal que luego llegan las chirigotas, sobre todo las ilegales, y ponen las cosas en su sitio, o sea, en el ingenio y en la transgresión que llega al borde del borderío.
Aquí lo único que nos queda del Carnaval es su reverso en forma de baile de los seises, ese triduo de desagravio que se refugia bajo las naves catedralicias, como diría un rancio con estudios. Lo nuestro es más refinado, más exquisito. Al sevillano le da corte vestirse de mamarracho y mover el culo en un escenario o en una plazoleta. Pero eso no lo libra del Martes de Carnaval que escribió Valle Inclán en forma de trilogía, porque esta ciudad se parece cada vez más a su propio esperpento. En plena crisis, con la muerte económica de Sevilla mordiéndole los talones, sus cabezas pensantes sólo se preocupan, como el valleinclanesco Don Friolera, de los cuernos que pueda ponerle el amigo o de las cornadas que le endiña el enemigo.
Los sindicalistas se disfrazan de defensores del obrero mientras pastelean los EREs con la Junta y con esos empresarios que nunca lo fueron. La oposición se pone la careta de la honradez y pide sueldos bajos ahora, cuando han esquilmado las marisquerías tras la época de las cigalas gordas. El nuevo poder municipal hace lo propio y alterna la corbata de núo gordo para caerle bien al pijerío hispalense con la camisa abierta que les da un aire más informal. Los kofradesque nada tienen que ver con la verdadera Semana Santa afilan las lenguas en los cenáculos para que corran el tinto y la sangre ajena. Y el mester de progresía canta en falsete como los comparsistas cursis para disimular la corrupción que han propiciado durante estos treinta años.
El marqués de la Vega-Inclán se inventó la estética kitsch del barrio de Santa Cruz, pero el autor del verdadero costumbrismo hispalense fue su medio tocayo Ramón María del Valle-Inclán. El esperpento es un género tan sevillano que no lo vemos. Asistimos a sus representaciones en el gran teatro de la ciudad, donde siempre es carnaval. No nos hacen falta las máscaras porque nacemos con la careta puesta. Vamos al desastre pero la orquesta del Titanic hispalense no deja de tocar, aunque la música sea, como casi todo en esta ciudad, una grabación donde todo se repite hasta la saciedad.