La calle Alcalde Ramón Freire es la más corta del pueblo. Trancurre desde la carretera hasta la plaza Pablo de Olavide, la de la iglesia. A pesar de ser tan corta es una calle que encierra muchos recuerdos ya que al estar en el centro del pueblo es y ha sido escenario de muchos acontecimientos. En mi niñez y en el orden que tienen en la foto, empezando por ejemplo por la derecha, en la casa de la esquina estaba la oficina de correos. Yo la recuerdo vagamente, con un mostrador que para mí entonces resultaba casi inalcanzable. Detrás de ese mostrador, Gerardo, el encargado del correo y Paco, el que hoy sigue siendo el cartero, por entonces apenas un muchacho.
La siguiente casa era la tienda de "la Lali" donde lo mismo te vendían un arado que unos zapatos o un kilo de garbanzos. Siempre que la recuerdo hay sobre el mostrador un cajón de sardinas arenques colocadas en perfecta simetría formando un círculo aceitoso.
Siguiendo por la derecha, ya en la esquina de la plaza estaba la centralita del teléfono con aquel panel lleno de clavijas aparatosas. En esa casa antes había estado la cárcel. Una cárcel que parecía sacada de una película de Berlanga. En ella vivía una familia que se encargaba a su vez de vigilarla. Uno de los hijos del carcelero era un maletilla aficionado al toreo y en una ocasión la guardia civil lo detuvo en una capea nocturna y al llevarlo a la cárcel lo llevaron a su propia casa. Cuando el detenido era un conocido a la hora de comer lo sentaban a su mesa.
La siguiente casa era la tienda de "la Lali" donde lo mismo te vendían un arado que unos zapatos o un kilo de garbanzos. Siempre que la recuerdo hay sobre el mostrador un cajón de sardinas arenques colocadas en perfecta simetría formando un círculo aceitoso.
Siguiendo por la derecha, ya en la esquina de la plaza estaba la centralita del teléfono con aquel panel lleno de clavijas aparatosas. En esa casa antes había estado la cárcel. Una cárcel que parecía sacada de una película de Berlanga. En ella vivía una familia que se encargaba a su vez de vigilarla. Uno de los hijos del carcelero era un maletilla aficionado al toreo y en una ocasión la guardia civil lo detuvo en una capea nocturna y al llevarlo a la cárcel lo llevaron a su propia casa. Cuando el detenido era un conocido a la hora de comer lo sentaban a su mesa.
