La conquista musulmana de la Península ibérica se produjo con gran rapidez y sin apenas resistencia por parte de la población autóctona, porque los musulmanes fueron respetuosos con los propietarios de las tierras y con la
Iglesia, permitiéndoles conservar su organización y privilegios. Los habitantes de los territorios ocupados por las armas tenían que pagar un tributo en concepto de arrendamiento.