Berenguela I de Castilla era hija primogénita de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de Plantagenet, lo que la hacía nieta por línea materna del rey Enrique II de Inglaterra y su esposa, Leonor de Aquitania. Se trataba, por tanto, de un buen partido. Se firma contrato matrimonial con Conrado, duque de Rothenburg, hijo del emperador Federico I Barbarroja. Sin embargo, el matrimonio no se consuma por la edad de la novia y, además, el posterior nacimiento del hermano de Berenguela, Fernando (que es designado heredero al trono), hace que el enlace pierda todo interés para el emperador germano (¡qué bonito es el amor!), que exige a su hijo que vuelva a casa. El matrimonio es anulado y, un año más tarde, Berenguela se casa con su tío segundo, el rey de León Alfonso IX, con el que tiene cinco hijos.
Al morir su padre, es nombrado sucesor su hijo Enrique de tan solo diez años. Su hermana Berenguela ejerce de tutora y regente hasta que, presionada por la nobleza (sobre todo la casa Lara) y tratando de evitar enfrentamientos sangrientos, entrega la regencia a Álvaro Núñez de Lara. Sin embargo, el destino interviene y, en un desgraciado accidente, una teja cae sobre la cabeza del pequeño Enrique, que se encontraba jugando con otros niños en el patio de palacio, y lo mata. Berenguela es nombrada reina de Castilla y, en el mismo acto de proclamación, renuncia al trono en favor de su hijo Fernando, que se convertiría en Fernando III, el Santo. Siempre permaneció al lado de su hijo, aconsejándole y reinando durante las numerosas ausencias de éste con motivos de las guerras de reconquista.
Se la retrata en la época como una mujer virtuosa, hábil política y protectora de las letras y el clero, llegando a supervisar personalmente la construcción de las catedrales de Burgos y Toledo.
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