Borau tiene categoría de Villa, lo que habla de su importancia en el pasado como núcleo de población y notorio centro agrícola, ganadero y forestal del territorio.
Las huellas de ese esplendor están presentes en todo el casco urbano, en las
fachadas de algunos de sus
edificios y en la entidad de muchas de las
casas que han sido restauradas con un gusto exquisito. Está situado a 1.008 metros de altitud y lo atraviesa el
río Lubierre, afluente del
Aragón. En la entrada del
pueblo se levanta el
edificio de las antiguas
escuelas construido en 1928, un bello e insólito exponente de
arquitectura civil en el Pirineo. Sus
calles angostas, empedradas y llenas de detalles, su
iglesia del siglo XVI vigilando desde lo alto de la localidad, los
tejados de pizarra y losa, y las
chimeneas pirenaicas lo convierten en uno de los núcleos mejor conservados de la zona.
Muy cerca de Borau está
San Adrián de Sasabe (siglo X), que fue uno de los
monasterios más importantes de la Alta Edad Media, aunque actualmente sólo queda una iglesia rodeada por los torrentes de los barrancos de Cáncil y Lupán.
Las teorías sobre Sasabe son variadas pero la que mayor relevancia ha adquirido con el paso del tiempo es la que defendía el Padre Ramón de
Huesca en el siglo XIX. Según ésta, San Adrián fue un cenobio visigótico en el que se refugiaron los obispos de Huesca en su huida de la invasión árabe. Con ellos se llevaron el
Santo Grial, lo que explica buena parte de la gran trascendencia histórica del
monasterio entre la cristiandad. De hecho, parece claro que el cenobio fue sede de los obispos de Aragón a partir del siglo X y hasta que se creó la sede de Jaca en 1077.
San Adrián de Sasabe muestra una sola nave rectangular con presbítero y
ábside semicircular cubierto por una
bóveda de cuarto de esfera. El interior es extremadamente adusto. El único
adorno de los muros es una imposta volada. En el exterior los detalles arquitectónicos son más profusos y así podemos observar un sencillo ajedrezado que enmarca el
arco de la
puerta sur. La
portada occidental ofrece numerosas influencias del
arte románico jaqués y características que recuerdan a la cercana
ermita de
Santa María de Iguacel.