Me da mucha congoja, lástima, cabreo,... y muchas sensaciones más, ver cómo el pueblo de Otín-de tan precioso nombre-ha avanzado en su deterioro. Estuve allí pasando unos días hace ya muchos años, en el 1994, cuando estaba habitada la casa-bar de Manolo (¿alguien sabe que ha sido de él?). En la arribada al pueblo me pilló la noche y era de luna llena; saco de dormir y cigarrillos para pasarla... sonidos, roces de aves en el viento, pisadas de jabalíes en el terreno y mandarinas al despuntar el alba. Recuerdo que era el mes de febrero, un febrero de frío y sol, con el romero en flor y el relinchar del pájaro picapinos o pito real (los confundo) al amanecer. Una andurriada sorteando el matorral de pinchos por el "altiplano" desde el que se divisaba el Monte Perdido. Líquenes de color rosado incrustados en la caliza, quejigos recuperándose de la tala centenaria, caminos volados e impresionantes- hechos a base de trabajo comunitario- en las paredes del Cañón del Mascún, el perro de Manolo tras las cabras asilvestradas descendientes de la que quedaron un día abandonadas, un dolmen dentro del cual se "oían" sonidos nuevos del ambiente... En fin, un lujo para saborear como caramelo e ir modificando con el paso del tiempo. Pero como la curiosidad invita me he metido en esta página y me quedo con el recuerdo. ¿Por qué lugares tan hermosos no han permitido a los habitantes permanecer allí? ¿Son lugares tan duros como para tener que abandonarlos? ¿La organización familiar-económica enfrentada con lo que la naturaleza puede permitir? Cuando ves esa obra de ingeniería humana abandonada... algo falla y cuando la imaginas llena de turistas -como yo - en busca de depende lo que se busque... es como estar en el Machupichu. Todavía me acuerdo de Otín, un testimonio del pasado y la gente que lo habitaba: Manolo y sus amigos.