MORA DE RUBIELOS: Son las 15:45, y un TRD está a punto de salir de la...

Son las 15:45, y un TRD está a punto de salir de la estación de valencia estación del norte, aunque el viajero se apeará en Zaragoza-delicias. El tren acaba de arrancar, es con destino a Huesca, enfrente de el dos jóvenes, un chico y una chica, parecen hermanos. El es alto y con los ojos azules, se nota que viven en un pueblo por la tranquilidad y la sencillez que visten los dos. Ella es castaña con los ojos azules, tendrá unos 20 años, va sin pintar y la ropa no la favorece, pero aún así respira una belleza sencilla y paz interior por todo su cuerpo.

Lee un libro mientras su hermano escucha música, en los asientos del otro lado del pasillo está la Sra. María, acaba de perder un pendiente y no para de buscarlo por todo el tren. Su hija que tendrá unos 40 años tiene más paciencia que un santo. Estamos saliendo de valencia, la ciudad de las artes y las ciencias quedan atrás y el tren a 160kms/h se dirige entre cultivos de hortaliza y naranjos hacia la bibílinaria ciudad de Sagunto.
.
Sagunto ya quedó atrás, lentamente sin prisas el tren pasa por Gilet, Estivella y Soneja, un par de curvas más y Segorbe. Mientras el viajero mira por la ventanilla, recuerda otra época lejana, cuando subían en el corto a mora de rubielos, en aquel trenecito de coches de madera tirado por la yeyé, solo alcanzaba a duras penas los 40kms/h, que veranos aquellos en el nacimiento del río mijares pescando truchas a mano, y haciendo el gamberro por el pueblo espantándole las ovejas al tío Martín. Ya salimos de Segorbe, unas revueltas más y el pantano del Regajo lleno a rebosar, no cabe ni una gota de agua más. En unos minutos pasamos Caudiel y el TRD aumenta la potencia, el camino se hace sinuoso, lleno de puentes y viaductos enfilando cuesta arriba para salvar el Rabudo, aún así, a duras penas mantiene los 60 por hora, en unos minutos pasamos Masadas blancas y el verdor de los almendros contrasta con la aridez de la tierra. Un viejo y derruido edificio con un mosaico en azul y blanco, es lo que queda de de la vieja estación de Torás-bejís. Lo que antes fue esplendor ahora es como una actriz marchita que está esperando su último papel, se va apagando mientras contempla el paso de los trenes.

Por fin alcanzamos la cumbre de las cuestas de Rabudo, al fondo las sierras del toro y el nacimiento del río Palancia en el paraje del Palancar, por la izquierda la población de barracas, nunca si vais a barracas preguntéis por donde da la vuelta la procesión en semana santa, si lo hacéis os echaran del pueblo a patadas. Las montañas nevadas pese a los 15 grados del exterior, nos muestra los vestigios de un invierno que no quiere abandonarnos del todo, pese a eso los trigales verdes repletos a rebosar de amapolas indica que la primavera ya ha llegado, quizás seguramente en estos mismos trigales fuimos concebidos algunos de nosotros, ahora el tren corre mucho más, estamos llegando a la venta el aire, sobre nombre con el que se conoce a la estación de rubielos de mora, un poco más adelante el tren llega a la estación de Mora cuatro casas a 18 kms del pueblo. Allí una fonda de las de toda la vida convertida en restaurante, donde se puede degustar de los mejores manjares de la tierra, cordero al horno, jamón de Teruel, o esas trufas vendidas a altas horas de la madrugada al mejor postor, vamos cocina sana al cien por cien.

El tiempo se estropea, parece que va a llover, mientras la Sra. Maria se suena con un pañuelo de papel para disimular que está llorando, por la conversación que tienen madre e hija por la perdida de un pendiente regalo de su difunto marido.

Comienza a llover mientras estamos parados en Sarrión. La chica de enfrente mío parece dormida, sujeta suavemente el libro entre sus manos, se ha leído bastantes páginas desde que salimos de Valencia. Su hermano algo mas joven que ella sigue ensimismado oyendo música, con la sierra de Javalambre nevada al fondo, pasamos por la puebla de Valverde, un pequeño pueblo al pie de la carretera nacional, un montón de curvas y el tren comienza a descender, un poco más abajo la ciudad de Teruel, el Teruel Mudéjar, la ciudad de los amantes donde al pie de su escalinata tantas parejas nos prometimos amor eterno para luego no cumplirlo. El tren va cobrando vida, los viajeros se preparan, una locución nos da las gracias por viajar con RENFE, y nos dice que estamos llegando a Teruel.

El mar.