gracias a
Pozondón, lo llevo en el alma. me acogió, me cuidó, me traslado a un nivel de conciencia que, por aquel entonces, y con sólo 18 años, quizá no supe interpretar en su totalidad. gracias al viento que susurra épicas historias cuando pasea entre sus
calles, gracias por llenar mis ojos de belleza, gracias al silencio, que es el dulce silencio de la muerte transformado en el heraldo de un despertar continuo que sentencia la vida a la perpetuidad eterna. gracias a la señora Carmen, y a sus vasos de leche, gracias a su marido, que sé que aunque me digan que ha muerto, aún se levanta cada dia, cuando suenan las 5 de la madrugada en un
reloj que fabricó el relojero que escondia el tiempo en los desvanes olvidados, para decirme: Rafael, ¿te vienes a por patatas? gracias al
pueblo que siempre llevaré prendido en mi alma y en mis sueños. gracias Pozondón por haberme mostrado el olor, el
color y el rostro de la paz absoluta. gracias