Verano de 1953, a mis 10 años debuté como monaguillo con el párroco Don Victoriano, un anciano bondadoso, aunque un poco cascarrabias, ayudando a misa en este altar y ante este retablo. Fué un poco complicado aprenderse aquello de Kyrie Eleyson, Kryste Eleyson, Dominum voviscum, sursum corda, habemus ad dominem, etc... Pero tenía sus compensaciones: nos daba una peseta a la semana, a escondidas nos tomábamos algún lingotazo de vino de consagrar y, a veces, nos permitía visitar la higuera que tenía...