Queridos amigos de Alconchel: el mensaje de Daniel Alonso me ha animado a contaros algunos recuerdos de hace muchos años, pero no creais que me siento viejo, sino todo lo contrario, pese a mis 68 años.
Mi comentario de hoy va dirigido a recordar a una serie de personas, funcionarios, que sirvieron al pueblo en aquellos años.
En primer lugar, permitirme que os diga que yo también soy funcionario y que he sido durante 10 años médico rural, las 24 horas del día y todos los días del año, con el único bagaje de lo aprendido en la facultad, un fonendoscopio, un aparato para tomar la tensión, y un estetoscopio ("trompetilla" para auscultar el abdomen de las embarazadas y ver si el niño estaba bien) unas jeringas y unas agujas y poco más. Todo ello a mi costa, pues la Administración no nos proporcionaba ningún material. La carencia de medios se suplía con muchísima entrega y muchísimo cariño. Así atendíamos enfermos de todas las especialidades, partos a domicilio, heridos de tráfico, heridos de cornadas de los toros, en las fiestas, etc. Y como no teníamos ambulancias, llevaba a los enfermos, heridos y parturientas en mi coche. Una niña nació en mi coche, entre Yunquera y Fontanar. Siempre que tenía que dejar mis pueblos, por traslado, se me saltaban las lágrimas y lo mismo le pasaba a muchos de mis enfermos.
Por los años 40 y primeros 50 el médico de Alconchel era D. Ramón; recuerdo que tenía unos grandes bigotes. Su señora era Dª Úrsula y vivía con ellos una sobrina que se llamaba Elena. Era un gran profesional.
Recuerdo con mucho cariño a D. Félicísimo Encinas Manso, gran médico y mejor persona. Pese a que tenía asma, bajaba andando a hacer la visita en Torrehermosa y, a veces hasta Santa María de Huerta. Muchas veces se echaba un cigarro con sus enfermos. Entonces no había la intolerancia que hay hoy respecto al tabaco. Fue una persona muy importante en mi vida profesional, pues de el aprendí la entrega a los enfermos, a cualquier hora y en cualquier circunstancia y el trato llano y directo. Que Dios le bendiga.
Otros médicos que recuerdo son D. Crispín Martín Lucía y D. Eusebio.
En cuanto a los maestros, recuerdo especialmente a Doña María y D. Lázaro Monforte, buen maestro, pues fui alumno suyo en temporadas que pasaba en el pueblo. Tenía una hija muy guapa que se llamaba María Luisa. También recuerdo a D. Sócrates y de una manera especial a las maestras María Mercedes Blesa y Maria Eugenia Sanz Salvachua que fueron amigas mías, a mediados de los 60.
Don Adolfo fue un veterinario que hubo en Alconchel hacia 1960. Jugaba con el al rabino en el bar y después dábamos un paseo nocturno por el pueblo en el que me contaba cosas de su profesión y me hizo ver que para algunas familias del pueblo el que se les muriese una mula era una tragedia, pues no tenían dinero para comprar otra o debían empeñarse y hacer un gran sacrificio económico. Años mas tarde lo volví a encontrar en Galve de Sorbe, un pueblo de Guadalajara en el que él estaba destinado y me alegré mucho de verlo.
Finalmente quiero recordar a cuatro sacerdotes: D. Victoriano, un anciano bondadoso, aunque cascarrabias, con quien fui monaguillo, a D. Inocencio, que era de Sisamon, a Don Jesús, con quien tuve cierta amistad y de modo especialísimo a Félix Santander, que en aquellos años era seminarista, muy amigo mío. Por cierto sentí mucho su muerte.
No os canso más. Un abrazo para todos los alconcheleros.
FELIX TURBICA DE LA PUENTE. MADRID.
Mi comentario de hoy va dirigido a recordar a una serie de personas, funcionarios, que sirvieron al pueblo en aquellos años.
En primer lugar, permitirme que os diga que yo también soy funcionario y que he sido durante 10 años médico rural, las 24 horas del día y todos los días del año, con el único bagaje de lo aprendido en la facultad, un fonendoscopio, un aparato para tomar la tensión, y un estetoscopio ("trompetilla" para auscultar el abdomen de las embarazadas y ver si el niño estaba bien) unas jeringas y unas agujas y poco más. Todo ello a mi costa, pues la Administración no nos proporcionaba ningún material. La carencia de medios se suplía con muchísima entrega y muchísimo cariño. Así atendíamos enfermos de todas las especialidades, partos a domicilio, heridos de tráfico, heridos de cornadas de los toros, en las fiestas, etc. Y como no teníamos ambulancias, llevaba a los enfermos, heridos y parturientas en mi coche. Una niña nació en mi coche, entre Yunquera y Fontanar. Siempre que tenía que dejar mis pueblos, por traslado, se me saltaban las lágrimas y lo mismo le pasaba a muchos de mis enfermos.
Por los años 40 y primeros 50 el médico de Alconchel era D. Ramón; recuerdo que tenía unos grandes bigotes. Su señora era Dª Úrsula y vivía con ellos una sobrina que se llamaba Elena. Era un gran profesional.
Recuerdo con mucho cariño a D. Félicísimo Encinas Manso, gran médico y mejor persona. Pese a que tenía asma, bajaba andando a hacer la visita en Torrehermosa y, a veces hasta Santa María de Huerta. Muchas veces se echaba un cigarro con sus enfermos. Entonces no había la intolerancia que hay hoy respecto al tabaco. Fue una persona muy importante en mi vida profesional, pues de el aprendí la entrega a los enfermos, a cualquier hora y en cualquier circunstancia y el trato llano y directo. Que Dios le bendiga.
Otros médicos que recuerdo son D. Crispín Martín Lucía y D. Eusebio.
En cuanto a los maestros, recuerdo especialmente a Doña María y D. Lázaro Monforte, buen maestro, pues fui alumno suyo en temporadas que pasaba en el pueblo. Tenía una hija muy guapa que se llamaba María Luisa. También recuerdo a D. Sócrates y de una manera especial a las maestras María Mercedes Blesa y Maria Eugenia Sanz Salvachua que fueron amigas mías, a mediados de los 60.
Don Adolfo fue un veterinario que hubo en Alconchel hacia 1960. Jugaba con el al rabino en el bar y después dábamos un paseo nocturno por el pueblo en el que me contaba cosas de su profesión y me hizo ver que para algunas familias del pueblo el que se les muriese una mula era una tragedia, pues no tenían dinero para comprar otra o debían empeñarse y hacer un gran sacrificio económico. Años mas tarde lo volví a encontrar en Galve de Sorbe, un pueblo de Guadalajara en el que él estaba destinado y me alegré mucho de verlo.
Finalmente quiero recordar a cuatro sacerdotes: D. Victoriano, un anciano bondadoso, aunque cascarrabias, con quien fui monaguillo, a D. Inocencio, que era de Sisamon, a Don Jesús, con quien tuve cierta amistad y de modo especialísimo a Félix Santander, que en aquellos años era seminarista, muy amigo mío. Por cierto sentí mucho su muerte.
No os canso más. Un abrazo para todos los alconcheleros.
FELIX TURBICA DE LA PUENTE. MADRID.