Si nos adentramos en ese verde desafiante y vitalista, si olemos la higuera y nos dejamos zimbrear por las cañas de bambú, si dejamos que el goteo musical acaricie nuestros oídos, si nos dejamos caer en las sillas de mimbre en el balcón del Queiles, si penetramos en la sala renacentista de las Dos Viudas, si nos acomodamos en los rincones austeros de los Austrias, si caemos en las fascinación y armonía de los Templarios, si nos recogemos en el rincón semita de la palmera, si nos sentamos sin perder ... (ver texto completo)