Tengo que confesar que cuando a mis 23 años contemplé por primera vez el Mar Maditerráneo al pasar por Sitges hacia Bercelona donde me embarcaría rumbo a Argentina no experimenté sorpresa ni admiración alguna. ¿Por qué? Pues sencillamente porque durante mi infancia transcurrida felizmente de la Ínsula Barataria había sido testigo de varias riadas durante las cuales las aguas del Ebro ocupaban varios kilómetros de las tierras bajas de las ubérrimas huertas alcalaínas. Muy particularmente recuerdo ... (ver texto completo)