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TURON: Alli estaban, juntos. Siempre los habia visto juntos,...

La tarde que enterraron a mi madre yo tenia un fuerte dolor de cabeza. Llevaba dos dias sin dormir. Unas horas antes del entierro me quedé dormido apoyado en la cómoda de la sala, pero solo fueron unos minutos, los que la abuela empleo en plancharme la camisa, y en esos pocos minutos soñe que unas hormigas rojas y gigantes me comian la planta de los pies.

Después, en el cementerio, según los sepultureros cubrian la tumba a mi mas me dollia la cabeza, y me ofendia el sol, que iba y venia. Cuando se escondia, el cielo se quedaba malva, y cuando volvia, la tierra brillaba en el aire al salir de las palas y yo seguia viendo en aquella tierra que volaba a las hormigas rojas que en el sueño me habian devorado los pies, y todo se me hacia largo y espeso, y pense que en los cementerios los minutos no eran minutos, que ni siquiera eran horas, porque se entretenian y se alargaban por encima de las cruces como si no fueran fragmentos de tiempo sino vuelos de mariposa, y sin embargo parecia que todas las cosas del mundo, cabian en una sola lagrima, y pense que a los muertos deberia de condederles el cielo la gracia de pronunciar una ultima palabra antes de que la tierra se cerrara para siempre sobre ellos, porque mi madre se habia ido sin decirme una palabra, y yo, alli, junto a su tumba y con un fuerte dolor de cabeza, intentaba guardar otro dolor aun mas insoportable, el dolor de su ausencia.

Observe como mi padre se movia constantemente y como apretaba una mano contra la otra, como si estuviera estrujando algo, igual que habia hecho durante las cinco horas que habia durado el viaje a Madrid en el taxi de Hilario, y me arrepenti de haberle hablado en el Deposito en la forma en que lo habia hecho.

El viaje habia sido largo. Yo miraba por la ventanilla para atrapar el paisaje, pero el paisaje estaba tan triste y desarreglado como yo, y los caminos eran caminos inutiles y las casas estaban muertas y los arboles parecian haberse desnudado para clavarse en la tierra como si fueran tablas. De vez en cuando yo bajaba el cristal y peinaba el aire con la mano abierta, pero solo era un instante porque hacia frio.

Hilario, el taxista, que era un hombre locuaz, apenas abrio la boca durante el viaje. Cuando cruzamos el pantano del rio Luna, suspiro y nos dijo, que jodida vida esta, eso fue lo que Hilario nos dijo, y no volvio a decir cada mas hasta llegar a Madrid. Saliendo del tunel de Guadarrama le dije a mi padre que algo debia de saber el de todo aquel asunto de mi madre, pero el me juro que desde que se habia ido, hacia veinticuatro años, nunca habia vuelto a saber nada de ella, y me lo dijo angustiado.

Entonces nos miramos por primera vez en todo el dia y le pregunte si nunca habia sentido deseos de buscarla, de saber que hacia y donde estaba, pero el cerro los ojos y apreto los labios y lo odie mucho en aquel momento. Tanbien me dijo que Justo y el siempre habian pensado que se habia ido a Paris, y le pregunte, porque a Paris, pero no quiso contestarme. Esto fue todo lo que hable con mi padre en cinco horas, asi que el vije fue silencioso y en carne viva.

Cuando, en el Deposito, el celador volvio a extender la sabana sobre el cadaver de mi madre y empujo el cajon dentro de la camara frigorifica, me estremeci y le grite a mi padre que el la habia matado hacia mucho tiempo, que el era el unico culpable de su nuerte, y segun hablaba notaba que las palabras no eran mias, que me salian de la boca sin rozarme ni la garganta ni los labios. Mi padre tampoco esa vez dijo nada, solo se encogio y se fue hacia la salida sujetandose el estomago para no vomitar.

Todos los periodicos de Madrid hablaban del accidente en la seccion de sucesos, aunque, gracias a la discrecion de los inspectores, la identificacion de mi madre permanecio en secreto, pero un policia que tenia la cara triangular y con hoyos de viruela, nos dijo, tarde o temprano los periodistas se enteraran, porque ellos se enteran de todo, si lo sabre yo, son como buitres. Esto dijo aquel policia de voz aspera y aspecto desagradable, y a mi no me gusto que dijera aquello, porque la idea de que alguien pudiera presentarse ante mi con un microfono para interrogarme sobre mi madre me aterraba, pues era yo quien debia hacer las preguntas, preguntarle a ella y a la ciudad de Madrid y al mundo entero, obtener respuestas para que las cuentas de aquel rosario no se trasformaran en cartuchos de dinamita.

Alli estaba yo, aquel miercoles de diciembre, delante de la tumba de Gracia Lumet, quien, despues de veinticuatro años, habia regresado a mi en silencio, igual que se habia ido. Me pregunte si en realidad seria ella, mi madre, la que habia vuelto. Nos habian entregado su cuerpo recompuesto como si fuera un puzzle. No la reconoci, pues la imagen que yo conservaba de ella se habia formado mas como consecuencia de las fotografias que del legado de mi memoria, y nada tenia que ver esa imagen con el rostro hinchado ulceroso y amarillento de la mujer que nos habia mostrado el funcionario del Deposito.

Los sepultureros arrojaron las ultimas paladas de tierra. Pense que no habia de quien escapar, que no habia donde ir, que quiza era dentro de uno donde se encontraba todo y que ella se habia equivocado al regresar de aquella manera tan cruel.

Sosteniendo el dolor de cabeza, mire hacia las copas despobladas de los alamos negros y el paisaje que rodeaba las tapias me parecio una procesion de almas en pena pasando de largo. Todo lo senti lleno y vacio a la vez. Pense que las razones para vivir eran las mismas que para morir, ninguna y todas a la vez. Luego baje la mirada y contemple las tumbas, unas impecablemente adornadas con geranios y hortensias, otras abandonadas y envueltas por una maraña de ortigas y hierbas altas. Los sepultureros aplastaban la tierra con el enves de las palas.

La tierra entera era un sepulcro.

No me salieron las lagrimas, como a mi padre, quien si lloro y vi sus lagrimas brillar deslizandose en un llanto sordo sobre su rostro fruncido y de color ceniza. Me parecio un ser indefenso, a punto de consumirse en aquel llanto y una vez mas tuve dudas acerca del sentimiento que me inspiraba, y me arrepenti de nuevo de lo que le habia dicho en el Deposito. Me acerque a el y le dije que lo sentia. Mascullo una frase entre sollozos, que no entendi, pero que agradeci sinceramente; y me hubiera gustado entonces explicarle a mi padre que yo tambien sentia dolor, pero me quede callado, quieto, vacio y triste, y a un lado estaba el mundo y al otro mi cerebro.

El sol se estaba muriendo por encima de los alamos negros mientras las coronas de flores iban quedando sobre la tumba, una era de mis compañeros del Ambulatorio y otra del instituto donde mi padre enseñaba Literatura.

Mi abuela Leticia se acerco a la sepultura y arrojo sobre la tumba de su nuera el ultimo ramo de flores. En la mano dejo dos rosas, una para la tumba de mi hermana Tanar y otra para la del abuelo Constante.

Laura y don Justo se acercaron a nosotros. Ella beso a mi padre. Estaba radiante con el traje negro y el pelo recogido atras en una trenza. Desee que me abrazara, pero antes me abrazo don Justo, su marido, y lo hizo con fuerza, apretandome contra el. Agradeci aquella muestra de afecto del hombre mas afable que jamas habia conocido. Luego me separo de el y me mantuvo sujeto por los brazos, mirandome con los ojos llorosos. Vi su piel tensa y enrrojecida. Me llamo muchacho y me dijo que aquello eran cosas que pasaban y me senti bien al recibir su aliento, que siempre me recordaba el olor de los estantes de los libros viejos. Despues busco a mi padre y los dos se abrazaron y lloraron, y los vi como a una sola persona.

Alli estaban, juntos. Siempre los habia visto juntos, German y Justo, apoyandose el uno en el otro y soportando los dos alguna carga compartida, quiza alguna vieja servidunbre de la que los dos eran complices y que yo no alconzaba a descifrar. Para todos, salvo para mi padre y para Laura, era don Justo, y esa palabra, don, formaba parte de su nombre, no como un rango antepuesto sino como una prolongacion del respeto. Pense que la vida del hombre era una sucesion de sxigencias que cada uno iba sublimando como podia, o magnificando o simplemente negando, en una lucha clandestina por conservar el equilibrio. Aquellos dos hombres se necesitaban, se habian necesitado siempre.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
José mel que historia mas guapa, aller lei lo que pusiste y hoy estava esperando aver si la seguias, no se si acava aqui pero mañana volvere a mirar por si acaso.
jose mel... que bien que sabes tenernos enganchados a tus historias, ahora aparte del libro que toca leer, entro, como rosa, pa ver como continua tu historia, que como tiene su punto de tristeza engancha mas
Laura me tomo de las manos y junto su cuerpo con el mio. Senti sus pechos ardiendo y los latidos de si vientre. Dejo caer su cabeza sobre mi hombro y me dijo que todo aquello debia de ser muy duro para mi. Aprete sus brazos y le dije que si, que estaba siendo muy duro, y en aquel momento desee que aquella mujer que tenia en los brazos fuera unicamente mia. Algo iba yo a decirle, pero unas cuantas manos se estendieron hacia mi para ofrecerme el pesame. Laura se alejo del brazo de su marido.