Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó
encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido;
terriblemente arrepentido.
La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan
Salvador Gaviota.
-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de
nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a
través de rocas hasta algo más tarde en el programa.
- ¡Juan!
-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor,
secamente.
- ¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he... no me había... muerto?
-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás viendo ahora, es obvio que
no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de
conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte
aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto
que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando con la Bandada. Los
Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han
sorprendido de lo bien que les has complacido.
- ¡Por supuesto que quiero volver a la Bandada. Estoy apenas empezando con
el nuevo grupo!
-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo
de uno no es más que el pensamiento puro...?
Pedro sacudió la cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie
de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la multitud
surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.
- ¡Vive! ¡El que había muerto, vive!
- ¡Le tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El Hijo de la Gran Gaviota!
- ¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la
Bandada!
Había cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había
sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una
tempestad oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para
destruir.
-Pedro, ¿te parecer mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.
-Bueno, yo no pondría inconvenientes si...
Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes
picos de la turba se cerraron en el vacío.
- ¿Por qué será -se preguntó Juan perplejo- que no hay nada más difícil en el
mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar
por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil?
Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.
- ¿Qué hiciste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?
- ¡Si! pero, ¿cómo has...?
-Como todo, Pedro. Práctica.
encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido;
terriblemente arrepentido.
La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan
Salvador Gaviota.
-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de
nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a
través de rocas hasta algo más tarde en el programa.
- ¡Juan!
-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor,
secamente.
- ¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he... no me había... muerto?
-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás viendo ahora, es obvio que
no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de
conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte
aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto
que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando con la Bandada. Los
Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han
sorprendido de lo bien que les has complacido.
- ¡Por supuesto que quiero volver a la Bandada. Estoy apenas empezando con
el nuevo grupo!
-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo
de uno no es más que el pensamiento puro...?
Pedro sacudió la cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie
de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la multitud
surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.
- ¡Vive! ¡El que había muerto, vive!
- ¡Le tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El Hijo de la Gran Gaviota!
- ¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la
Bandada!
Había cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había
sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una
tempestad oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para
destruir.
-Pedro, ¿te parecer mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.
-Bueno, yo no pondría inconvenientes si...
Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes
picos de la turba se cerraron en el vacío.
- ¿Por qué será -se preguntó Juan perplejo- que no hay nada más difícil en el
mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar
por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil?
Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.
- ¿Qué hiciste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?
- ¡Si! pero, ¿cómo has...?
-Como todo, Pedro. Práctica.