Ahora, frente al espejo del aparador, disfrutaba de uno de esos momentos. Pensaba en Clara, en sus pensamientos vírgenes, en su dócil mirada verde, en el candor de su cuerpo grácil. Clara era la paz, la verdad, lo que él necesitaba para salir de aquella boira glacial donde el pensamiento no dejaba de morderle el alma. No quería llegar por el placer a la felicidad. El placer era Dulce Nombre, en ella se le agotaban a él todos los pensamientos.