Dulce Nombre sentía deseos de gritarle a aquel hombre bueno su angustia, que seguro entenderia, de suplicarle que aplacara su alegranza por la vuelta de su hija pródiga, pues bajo la soledad de aquellos muros historiados habia una pena propia que podía más que todas las alegrías ajenas, pero no fue capaz de ello y brindó con Tomás por la vuelta de Amelia, a quien imaginaba, pues jamás la habia visto, con ojos de mermelada y mirada atónita, siempre acomodando mantos de imágenes santas (cosas de la imaginación que no tiene confines ni encomiendas).