Las octogenarias María Felicita y Blandina San Juan siempre recitaban misterios dolorosos. Cuamdo les parecía cortaban el avemaría en un bendito-sea-tu-vientre para comentar algún pensamiento y luego seguían, perdida ya la cuenta, allá por el ahora-y-en-la-hora con murmullos apretados, como los fúnebres cantos de las pegas.