MAHON: Soy mahonesa de nacimiento y por circunstancias de...

Soy mahonesa de nacimiento y por circunstancias de la vida, tuve que emigrar a la península. Y ahora sé qué se siente cando se está lejos de casa. Llevo 13 años fuera de la isla y, aunque sé que ella sigue allí, de vez en cuando tengo que regresar para comprobar que sigue existiendo ese pequeño paraíso en medio del Mediterráneo. Con sus playas y calas dónde espero que nunca llegue la civilización, en las que puedes perderte, cerrar los ojos y dejarte llevar por el sonido del mar. Y ver atardecer en Son Bou, sentir como se te eriza la piel al ver como el sol se va metiendo en el agua. Y respirar el aroma de la manzanilla y del tomillo en esos campos llenos de vacas. Y subir a Monte Toro, desde donde puede verse toda la isla, y si el tiempo acompaña, hasta la isla de Mallorca. Y salir de fiesta por el puerto de Ciudadela, o de Mahón. Y visitar los grandes monumentos megalíticos como La Naveta dels Tudons o Torralba. Hay una extraña energía en esos lugares, como si se hubiera ido concentrando a lo largo de los siglos y que los hace especiales, únicos.
Y llegar hasta Cap de Cavallería, un día de Tamontana, y ver cómo pelean mar y tierra en los acantilados. Y bañarte en el Grao, y andar y andar hacia dentro, y tener siempre el agua a la altura de la cintura. Y recorrer las blancas callejuelas de Binibeca, y ver amanecer en la torre de Punta Prima, con la Isla del Aire de fondo. Y cenar en Fornells, con el crujir de los amarres de las barcas como música de fondo. Y despertar en cualquier lugar de la isla, da igual dónde, porque estés dónde estés no querrás abrir los ojos, querrás seguir soñando.
Menorca, Minorica, Nura... (puedes llamarla cómo quieras) debería ser visita obligada al menos una vez en la vida.
Los que tenemos la suerte de haber nacido allí jugamos con ventaja: aunque nuestra vida no sea ejemplar, ya hemos pisado el CIELO.