Bien entrado el siglo XVI, se comienzan a repartir las tierras de las medianías a favor de propietarios foráneos que no residían en el municipio. Poseían éstos en la costa grandes extensiones de caña de azúcar, una industria floreciente por aquel entonces en los
mercados europeos. Pero estos cultivos de regadío requerían una gran cantidad de
agua, así como de madera para su posterior refinado en los ingenios azucareros. Es por ello que estos propietarios se apropiaron de estas tierras de medianías, ricas en bosques, así como de sus
aguas, creando toda una infraestructura para canalizarlas, que aún perdura en nuestros días. Dentro del reparto de estas tierras y aguas se encuentran las pertenecientes a
Valleseco, donde se benefician propietarios foráneos como Juan Escobedo, Alonso de Medina y Antón Zerpa o la misma
Iglesia del
Pino de
Teror. Esta presencia de propietarios no residentes en el municipio se mantiene inalterable a lo largo de los siglos, dando lugar a figuras tales como los medianeros (siglo XIX). Éstos eran los encargados de trabajar estas tierras,
Los que se establecieron en la zona y que, a cambio de labrarlas, obtenían la mitad de las cosechas. Estos fueron los primeros habitantes de Valleseco, los que comenzaron a escribir su reciente
historia, primeramente como pago del municipio de Teror y ya luego como municipio independiente.
En 1842 comienza su andadura con su
ayuntamiento propio, siendo por tanto el más
joven de los municipios grancanarios. Pero ya entonces poseía una
ermita,
fruto del empeño de sus feligreses, que antes de su construcción debían caminar largas distancias para asistir a los oficios religiosos en Teror. La gran extensión del
pueblo y las dificultades que esto entrañaba para las comunicaciones hizo aconsejable la separación como
parroquia y municipio independiente. Eran tiempos difíciles en los que la subsistencia dependía de la bondad de la tierra. La
agricultura y la cría de unos cuantos animales proporcionaban el alimento de la
familia. Una vida llena de penurias, en la que la supervivencia requería una gran dosis de esfuerzo e ingenio y que obligó a muchos a irse de su tierra en busca de mejores horizontes, sobre todo, en
Cuba y posteriormente en
Venezuela.