Fue Doña Leonor de Monteverde quien tuvo la iniciática, tras realizar un viaje a Florencia, de engalanar el tramo de
calle anterior a su
casa-
palacio en
la Orotava y de ahí en adelante, el resto de los vecinos fueron replicando su acción hasta nuestros días. Esta gran casona canaria, de tres plantas de altura y cuatro
calles, viene a estar coronada por un gran
balcón canario de corredera, todo ello en la tradicional madera de tea. Estos
balcones a diferencia de lo que podría pensarse hoy en día, no tenían una función residencial si no muy al contrario, servían junto con toda la planta superior de almacén de grano, no siendo infrecuente en el pasado lejano, verlos cubiertos de piñas de millo (mazorcas de maíz) u otros alimentos, puestos a secar para su conservación y guarda. Debajo del espléndido balcón de tea se abren cuatro grandes
ventanales coronados por un marco-frontispicio también de tea, de los que salen cuatro grandes buitres o cóndores, en lo que constituye un motivo
ornamental singular del que no tengo conocimiento de existencia en ninguna otra casa de las islas. Frente a cada
ventanal pende un balcón de forja, bajo los que se posicionan sin solución de continuidad, también en madera de tea, tres ventanales y la
puerta de entrada, ésta última constituyendo el segundo hueco según se sube. Tras la gran puerta, se abre el característico zaguán que da paso a su vez, a un precioso
patio, presidido por dos pináculos de
piedra. A mano izquierda, surge la gran
escalera monumental, también en tea, presidida por la imagen de
San Lorenzo en una
hornacina, también en madera de tea (
pino canario). La imagen en cuestión fue probablemente traída del malogrado
convento de San Lorenzo, el llamado Escorial de
Canarias, desparecido parcialmente tras un incendio allá por el año de 1801.