El mismo suscitó la admiración y los elogios encendidos de viajeros, navegantes y naturalistas nacidos en suelo isleño o venidos de tierras lejanas, entre otras razones porque la
montaña orientaba a los marinos por la costa de África en los inicios de la expansión atlántica europea y posteriormente en su ruta hacia el Sur. El Teide fue considerado la montaña más alta de la Tierra hasta las primeras décadas del siglo XVIII y como tal ha tenido un significado singular en la Villa de
La Orotava. Había nacido entre los viajeros y navegantes una
tradición sobre el Pico de
Tenerife, cuya apreciación se insertó rápidamente entre los fenómenos naturales cargados de leyenda, simbolismo y admiración, convirtiéndose en el icono por excelencia de
Canarias. Prácticamente durante todo el siglo XVIII, gran parte de la vida de la Villa gira en torno al Teide. Es
fuente de azufre que se exporta a la Península Ibérica, suministra el hielo a las clases altas isleñas y es recurso económico de muchos campesinos que actuaban como guías de los excursionistas, en un siglo marcado por la crisis económica.