Este asombroso anfiteatro natural de 15 kilómetros de diámetro, ‒una de las calderas más grandes del mundo‒, se fue rellenando con materiales procedentes de las distintas erupciones volcánicas, que originaron un
paisaje tan indómito como espectacular:
Montaña Blanca, los Roques de García (uno de los lugares más visitados), Montaña Rajada, Montaña Mostaza o el Llano de Ucanca, que regala algunas de las mejores vistas del Teide. Del
colorido dispar y maravilloso tienen la culpa los materiales y minerales: los matices blancuzcos y amarillos de la
piedra pómez, los tonos rojizos y negros propios de la oxidación natural que esculpen las
piedras basálticas del malpaís, o el brillo negro de la obsidiana. Perfiles, formas y
colores de una riqueza geológica excepcional que atraen cada año a más de tres millones de personas.