En este lugar, se pueden visitar los
claustros y dos salas de
exposiciones dedicadas a ciencias naturales y a instrumentos científicos. También acoge una serie de cuadros de enorme interés pertenecientes al
Museo del Prado. También tienen su interés las muchas
capillas de dimensiones reducidas que jalonan la orografía de la ciudad, como la
Capilla de la
Cruz Verde, la de la Cruz de los Plateros, la de la Cruz de Rodríguez Moure, la de la Cruz de Juan de Vera y la de la Cruz de los Álamos. También los
parques de la Constitución, cerca de la
Plaza del
Cristo, y de los "Dragos". La Capilla de la Cruz de Rodríguez Moure fue construida por el labrador lagunero Diego Hernández de Villavicencio, que junto con otros vecinos solicitó licencia para construir una capilla en honor de la
Santa Cruz para celebrar su festividad. El origen hay que buscarlo en la Cruz de Yedra, situada en una pared en la confluencia de la antiguas
calles del Laurel y del Remojo. En 1757 el obispo de
Canarias Fray Valentín de Morán otorgó la licencia para su construcción y fue bendecida y dedicada en el año 1758. Don Diego Hernández de Villavicencio dotó a la capilla con el producto de varias tierras para garantizar su mantenimiento. Sin embargo, tras su muerte y la de su esposa, su herederos no se ocuparon del mantenimiento de la capilla y ésta fue cerrada a comienzos del siglo XIX. La Capilla de la Cruz de Juan de Vera o Capilla de la Cruz de los Herreros se inició a construir en 1720 por iniciativa del cirujano Juan Martínez de Vera y su esposa Francisca Henríquez, en un lugar donde los vecinos ya rendía culto a la Santa Cruz. La capilla se situó originalmente en medio de la vega lagunera, igual que la de la Cruz de los Álamos y fue trasladada en 1810 a su ubicación actual en el cruce de las
calle Quintín Benito con la
carretera de Tejina por parte de don José Amaral.