Los años siguientes a la conquista de
Tenerife fueron tranquilos y prósperos, hasta que en 1797 el almirante británico Nelson trató de invadir la isla. El
puerto de
Santa Cruz de Tenerife era un lugar de paso obligatorio para las naves que partían hacia el nuevo continente, por lo que su importancia comercial era clave. Los tinerfeños defendieron su isla con uñas y dientes y, aunque partían de una gran desventaja, lograron derrotar a las tropas británicas. En el
museo del
Castillo de
San Cristóbal se expone el cañón El tigre, que arrancó un brazo a Nelson durante esta cruda batalla. Desde el siglo XVIII, muchos canarios aprovecharon la llegada masiva de
barcos con destino a América para buscar un futuro mejor en este continente. La emigración a
Venezuela,
Cuba y otros países americanos marcó la
historia de Tenerife en estos años. En 1833, Tenerife se convirtió en la capital de
Canarias.