El contacto con las islas
Canarias se retomó en el siglo XIV, con la visita de Lancelloto Malocello a la isla de
Lanzarote, a la que se cree que dio el nombre. El príncipe Luis de la Cerda obtuvo en 1344 una bula emitida por el Papa Clemente VI que le otorgaba el señorío de las islas Afortunadas, junto al nombre de Príncipe de la Fortuna. Como curiosidad, cabe destacar que este noble francés nunca pudo desplazarse a Canarias. Tras estos tímidos acercamientos al archipiélago, se inició una campaña
militar con el objetivo de conquistar Canarias. Esta conquista duró prácticamente un siglo, desde que en 1402 Jean de Bethencourt llegaran a Lanzarote hasta que se culminara el proceso colonial en 1496. La fuerte resistencia que ofrecieron algunas islas, la escasez de medios económicos por parte de los conquistadores y la falta de riquezas en Canarias que motivaran a los navegantes europeos fueron algunas de las razones de que este periodo de la
Historia de Canarias durara varias décadas. El normando Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de Salle pactaron con los aborígenes de Lanzarote, llamados majos, al poco tiempo de llegar a la isla en 1402. Entonces el conquistador solicitó la protección de la Corona de Castilla, de manera que la isla quedó bajo su soberanía. Lo mismo ocurrió con
Fuerteventura y
El Hierro, cuyos habitantes se rindieron porque la población ya estaba muy castigada por incursiones anteriores.