Santa Cruz de Tenerife en 1800: “El extranjero que ve por primera vez la población de Santa Cruz y de sus alrededores experimenta tanto asombro como asco. No sabe de qué afligirse más, si del cuadro de degradación de la especie humana o del descuido ciertamente culpable del gobierno. Por todas partes, en todos los
barrios de la ciudad, encuentra una multitud de mendigos harapientos, casi desnudos, cuya mayoría muestran a los ojos de los transeúntes llagas y úlceras, verdaderas o simuladas y cuya curación demoran a propósito. Los niños corren por las
calles sin ninguna clase de vestido; sus cuerpos, lívidos y demacrados, son de una suciedad escandalosa; toda esta chusma, enemiga del trabajo, no piensa en conseguir una buena posición; pasa la
noche acostada en los bancos, cerca de las
casas, y no desea otro domicilio; se contenta con una pequeña limosna o con algunos desechos de
comida que les distribuyen en las
puertas de las casas particulares o de los
conventos. Son sobre todo las mujeres las que mendigan con más empeño y, además, colman de injurias a quienes rechazan darles alguna moneda.