El ejército castellano se adentró desde el campamento en el territorio de Taoro, se apoderó de animales que pastaban por la zona y, confiándose al no encontrar presencia de los guanches, emprendió el camino de regreso. Por otra parte, el ejército aborigen los vigilaba y seguía por el monte para esperar la oportunidad de tenderles una emboscada, lo que se produjo en el barranco de Acentejo. Este era un lugar de monte, con una cuesta hacia arriba con presencia de matorrales y arbustos, presentando una desventaja táctica a los jinetes castellanos, y, al mismo tiempo, una ventaja a los aborígenes de Tenerife, ya que eran oriundos de esta zona.
El desenlace de la batalla se saldó con una victoria de los aborígenes tinerfeños, utilizando como armas principalmente las pedradas y los bastonazos, frente a un ejército castellano tecnológicamente superior, obligando a los soldados castellanos supervivientes a retirarse a su campamento en Añaza (actualmente en Santa Cruz de Tenerife). Se dice que el pueblo de La Esperanza tiene ese nombre debido a la esperanza de salvación de los castellanos tras la huida de la batalla, al divisar desde esa zona montañosa el campamento en la costa.
El propio Alonso Fernández de Lugo salió malherido, pero pudo salvar su vida gracias a la ayuda de Pedro Benítez el Tuerto.
El desenlace de la batalla se saldó con una victoria de los aborígenes tinerfeños, utilizando como armas principalmente las pedradas y los bastonazos, frente a un ejército castellano tecnológicamente superior, obligando a los soldados castellanos supervivientes a retirarse a su campamento en Añaza (actualmente en Santa Cruz de Tenerife). Se dice que el pueblo de La Esperanza tiene ese nombre debido a la esperanza de salvación de los castellanos tras la huida de la batalla, al divisar desde esa zona montañosa el campamento en la costa.
El propio Alonso Fernández de Lugo salió malherido, pero pudo salvar su vida gracias a la ayuda de Pedro Benítez el Tuerto.