La estructura económica del Archipiélago, tanto en el último tercio del siglo XVIII como en las dos primeras décadas del siglo XIX, sufre los mismos problemas que afectan a la actividad productiva del siglo XVIII. Las crisis carenciales de escasez de alimentos y de materias primas, agravadas por el aislamiento derivado de la gran conflictividad internacional, hacen mella en amplias capas de la población isleña. Una importante iniciativa de las minorías ilustradas sería el apoyo a las experiencias de manifacturas de carácter local, a través de un amplio sistema de manufactura doméstica. La implantación de esta experiencia preindustrial permitirá en la isla de
Tenerife un cierto desarrollo de los telares a partir de 1730, en especial de los dedicados a la producción de sedas. Aunque destacada, esta experiencia no prosperó, decreciendo el número de telares de noventa a veinte desde 1735 a 1790.