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TIANA: Segunda Época C. 6 la Barraca....

Segunda Época C. 6 la Barraca.
También es mala suerte que a las primas hermanas de Justo, las colocase la tía Fermina, precisamente encima del camastro de Justo. Cierto es que existe en la barraca una habitacioncita, muy exigua, que sirve de laboratorio fotográfico a Domingo el hermano de Justo: Pero de momento la ocupan Marina y su marido Pepe que están en instancia de partida para Lyón en Francia. Así que hasta que se precise lo de ir interno a estudiar del futuro seminarista, tiene que dormir con las dos primitas en el camastro superior, especie de “Lit gigogne” rengueante, y amenazando derribo. Turbadora promiscuidad, que tiene que superar Justo, esforzándose en pensar que son sus primas hermanas, casi como decir hermanas.
Procura el futuro seminarista, irse a acostar el primero, cosa que no tiene la menor dificultad, pues sus primas, recién venidas del pueblo, mantienen el horario del pueblo: una hora menos como en Canarias. Y casi todas las noches, cuando las primas vienen a acostarse, él ya duerme del sueño de los Justos, nunca mejor dicho. Pero ¡Ay! No duerme Justo de ese sueño todas las noches. Y cuando no duerme, si no ve nada porque se esfuerza en no mirar, oye los fru-frus, y los clas de los corchetes, y los resbalar de los elásticos de las prendas de sus primitas.
Él se esfuerza en pensar en sus lazos familiares, en la pureza de pensamientos que debe ser la norma de un seminarista. Pero a pesar de sus esfuerzos, otros pensamientos resbalan por su excitada conciencia, que a esportones le presenta el Maligno, poniendo así de manifiesto sus perversas inclinaciones. Todas las diferencias del otro género, ignotas para él, se le vienen a la imaginación.
“— ¡Sodoma! ¡Gomorra!
Se desgañita el pobre ángel guardián a la loca imaginación, del adolescente lego, aprendiz de la res fémina y futuro curita que por ende, debe recordar que se destina al celibato. Ya comprende Justito, aunque no exactamente, lo que los hombres aquellos, de Sodoma y de Gomorra, quisieron a los ángeles que habían ido a avisar al pobre y solo hombre justo que vivía en aquella ciudad. El catequista que les explicó, que los tíos, querían “comerciar” con ellos.
¬ ¿Qué les querían vender? Les preguntó Justo entre inocente e impúdico.
¬Pues, pues... Comerciar en el sentido bíblico.
Se escabulle el mojigato catequista.
¬ ¡Ah! ¿Y eso que quiere decir? Insiste ahora ya descocado e insolente Justo.
¬Tú me parece que eres un listillo ¿Eh?
¬ Es que usted, señor cate, no se explica: ¿Ha entendido alguien lo que nos ha dicho el catequista? El coro de niños es unánime. Nadie se ha enterado.
El catequista observa los ojillos de los viciosos “entendidos” que esperan y lo observan sardónico. Está en apuros: Ahora hubiera querido ver él al padre Jiménez, el sabio jesuita, afrontar esta ¡horda de herejes! Se enfrenta al instigador y le pregunta, con tono de censura:

¬ ¿El chico que va estudiar para cura, no lo sabe?
Pero éste, lo que oyó Fue: “El chico – que – quiere – blablabla, es un cabroncete, que me pone en apuros”
¬No señor. No lo sé. Y si hemos venido a aprender cate, es para que usted, Cate, nos lo diga con las palabras que nosotros, herejes, conocemos.
¬ ¿Te consideras un hereje, así como a tus compañeros? Le pregunta el catequista eludiendo la respuesta.
¬No señor. Sí, acaso, yo, ignorante y ellos catetos. ¿No nos lo quiere decir, para que aprendamos?
¬ ¿Tu que te consideras un hereje... e inteligente entre catetos...
¬No señor, yo no me considero; yo le he oído a usted decir a los otros catequistas: “Estos bichos, son unos herejes.”

Justo no sabe hasta que punto esta acosando a aquel catequista, hijo de ricos de Barcelona, que hace parte de Acción Católica y que se cree muy bueno porque viene a aquel barrio marginado a evangelizar a “Aquellos herejes” Pero acertó diciéndole lo que ha oído. Se hundió el catequista, enrojeció hasta la raíz de los lóbulos, y balbució:
¬Tú habrás oído, que Jacob Conoció bíblicamente a Noemí, la cual tuvo a...
¬ ¡Ah! ¡Ya! No es que me lo haya dicho, pero ya lo entiendo: Es algo así como que se acostó con, sin haberse casado. Pero también nos han contado ya otros catequistas, que Dios dijo a Adán y Eva: “Creced y multiplicaos”
¬Eso. No es muy propio, pero es eso.
¬ Y yo digo, con su permiso...
¬No. No digas nada más, que lo vas a echar todo a perder.
¬ No. Pero si no es de lo mismo, que ya sé –insiste Justo – Es para que me explique por qué les dijo a nuestros padres, “Creced” ¿No los hizo ya grandes? ¿Tuvo que darles la orden, como quién le da vueltas al gramófono para que se decidieran a arrancar a crecer?
¬Es una manera rara de interpretar la Biblia.
Saltada la orden de silencio, el catecúmeno se envalentona y sigue preguntando:
¬ ¿Multiplicaos? ¿No quiere decir que tengan muchos hijos?
¬ Sin lo cual, tú no estarías hoy aquí. ¿No te parece?
¬Pues la suerte fue –añade Justo en colofón – que nuestros primeros padres lo entendiesen. Si no, hoy no hubiese nadie aquí.

II. - Siguen las historias de la barraca.
“En la barraca, las exiguas dimensiones de las tres piezas: Comedor, habitación y armario-cocina, hacen que las “Agujas” que hilvanaban las hebras de la vida, se entrechoquen con excesiva frecuencia, dando lugar a situaciones límites.” Recordando estos momentos, sumamente instructivos, sigue Justo, acostado en el sótano de la cigüeña, Piensa:
¬“Estos catequistas, toman a uno por tonto” “Que achicharrara el Señor aquellos tíos de Sodoma se lo ganaron por guarros., “Lo que no entiendo bien, es a que fueron allí los ángeles, si podía haber avisado a Abraham de lo que se les avecinaba” Pues luego sí que habló y le dijo: “Si encuentras cincuenta justos entre ellos, te concedo el perdón de todos los habitantes de ese pueblo...”
¬“ ¿Y si sólo encuentro cuarenta y cinco? Le pregunta Noé ¿Dejarás que esos cuarenta y cinco perezcan entre los malvados?
¬“Bueno, venga, cuarenta y cinco,” Le dijo el Señor.
¬ ¿Y si son nada más que veinte? ¿Diez? Venga, va: Diez y no se hable más... ¬Pero Señor Iahvé, es que a lo peor... Ya parecía que Noé estaba abusando de la paciencia del señor. Ya desespera Noé, de hacer mejor el trato. Y, Justo, también desespera de estar dormido para cuando lleguen sus primas Consuelo y Maria.

III: - A pesar de la buena voluntad y los esfuerzos del cura supletorio durante la visita del convento Este lugar no fue del agrado de Justo. Por educación, escucha las explicaciones del padre prior, y sigue atento la visita de las dependencias, la granja, las gallinas y la ovejita. Le gustó la capilla que olía a piedra antigua, los frescos policromos y las celdas, a pesar de su escueto mobiliario. Pero en cuanto salieron, Mn. Damián y él de aquel oasis de silencio, perdido en ninguna parte del monte, le aclara a este último:

¬Mosén: Yo lo que quisiera, es, estar con otros muchachos de mi edad, que estudien para sacerdotes.
¬Aquí puedes estudiar también.
¬Si pero esto no es un seminario: Estaré yo solo con estos viejos.
¬Todos no son viejos; algunos son ya ministros de Nuestro Señor. Como el joven que estaba orando en su celda. Y ese no debía tener más de treinta años... Algunos ha seguido la vía monástica y se han preparado ellos hasta conseguir los grados suficientes para,
¬No me gusta. Si no puede usted llevarme a un seminario, donde haya jóvenes, iré a ver al padre Jiménez a ver sí él...
¬Como quieras. Ve a hablar con el padre Jiménez. Yo también lo veré.

IV. - El quinto viene con permiso a ver a Fermina.
Desde que llegaron del pueblo, los Panduros fueron acompañados por el ulular de la boya, que en un saliente de la costa, previene a los barcos que entran en el puerto, del peligro de las rocas sumergidas. Aunque ya no se dan cuenta, los de las barracas se duermen, mecidos por su quejido, que el moler de las olas filtra, amortigua y ensordece hasta tonos bajos, como de coche que se aleja.