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Aquellas gentes no eran de las que se sientan a comer o hablar alrededor de una mesa: La candela de la cocinilla era más íntima. Y sentados en unos banquillos hechos a la azuela, cada cual arrimaba los carbones a sus zuecos. Y Porfiando y gruñendo, pasaban el rato entre comida y cigarro, hasta que Juana se levantaba con aire de cansancio y cara de sueño, cogía un candil y después de ir al pajar a ver “la piedra” que anunciaba la lluvia, desaparecía arrastrando sus zapatos claveteados por el empedrado ... (ver texto completo)
Capítulo tercero. Los Pequeños.

En aquella casa, a quien no gritaba, nadie le hacía caso. Los únicos que recibían algún mimo eran los niños. Y como bien se sabe, al último al que más. Por aquel entonces el que había llegado último, y, además, en plena guerra civil, lo llamaron Justo. Así le pusieron en memoria de un tío paterno, caído por Dios y por España, y porque se topó de frente con unos rojos que andaban buscando curas y guardias civiles, para limpiar la Patria, decían, que era más suya ... (ver texto completo)
¬No me asegure Vd. Nada don Jesús. Ya sé que “Semos mu brutos” Pero como dice el refrán: “Lo de ser bruto no quita el ser valiente”
¬Eso no pega, D. Jacobo.
¬Vd. Ya me entiende. Y Dígame: ¿Cuál de entre ellos no es buen cristiano? Escoja Vd. mismo uno de muestra: Ese grandullón que le saca la cabeza a los otros.
¬Quién ¿Domingo?
¬Sí ése: Escúchelo Vd. Hablar y verá que no dice dos palabras sin mentar a Nuestro Señor.
¬ ¿Se está Vd. burlando de mí? ¡Ese tal Domingo no sabe decir más que palabrotas, por no decir blasfemias!
¬Bueno pero no me puede Vd. negar que cada dos palabras él, mienta a Dios.
¬Don Jacobo, lo que ellos quizás hacen inconscientemente, Vd. Lo está haciendo insidiosamente y a sabiendas que es ¡peor!
¬Dejémoslo así Don Jesús. Son todos buenas gentes. Los que no son de la cofradía de Jesús de Nazareno, es porque lo son de la hermandad de su Señora Madre. Y no me haga hablar, porque Vd. Sabe mejor que yo, que con cumplir una vez por Pascuas ya se es buen cristiano. Así que agradecido debería estar de verlos “manque” sólo sea para la consagración.
¬Ocasión por la que entran sólo para ver a las mozas.
¬Y en una de ésas ocasiones, Vd. me los casa, y se quedan los dos adentro.
¬Prohibiré por lo menos lo de las cencerradas de Pascuas.
¬Prohíba, Prohíba. Pero recuerde que Vd. Es el cura párroco; pero la iglesia la hicieron los bisabuelos de ésos muchachos sin malicia, que tanto le irritan…
Domingo, ajeno a la discusión del Alcalde y del cascarrabias de cura, seguía de mala gana la partida de vilorda que como de costumbre iba ganando Fermín Herráiz... Por más que le daba vueltas en la cabeza, no atinaba con el modo de decirle al padre de Juana lo que le estaba hirviendo en el corazón.
¬“Chacho” ¡Estoy hecho un ovillo! Parezco un grullo de un pié saltando al otro y sin decidirme en cuál me quedo… ¿Entro y me arrodillo al lado de ella? ¿Me voy pa casa y la espero en lo del sacristán?”
De pronto, con un respingo de los que tan bien lo caracterizaban, alargó una mano para recoger su “chambra” y salió corriendo para la plaza del Reloj.
Corrió sin querer pararse hasta la calle Mesones, y allí no se detuvo hasta llegar al número 4, la casa de los padres de Juana. La emoción y el miedo le hacían temblar las piernas cuando llamó al picaporte:
¬ ¡Hombre, Domingo! Espetó Doña Juana madre, Te hacía en misa...
¬Pues no señora, que he venido a hablar con su marido.
¬Lo siento, ha salido hace un rato camino del huerto. Quería poner unas guías a los guisantes.
¬ ¡Ah! ¿Han agarrado?
¬Todo acaba por agarrar, hijo. Con paciencia y perseverancia, todo...
¬Pues un servidor, con el permiso de Vd. “Agarro” y me voy “pal” huerto a ver si le echo una mano a su señor marido.
¬Eso está muy bien, “muchacho” Seguro que si le ayudas...
¬Pues con su permiso, antes de que me enfríe.
Mientras tanto, la pobre Juana, se pasó la celebración de la misa observando de reojo la puerta pequeña, por ver si veía a Domingo. La misa que ella esperaba de gloria, se transformó en una de réquiem, cuando el celebrante los bendijo:
¬Ite misa est.
No pudo decir “Deo Gratias”. Cabizbaja vino desde la iglesia a su casa, pensando:
¬“No me quiere, no me quiere...” “Ni siquiera ha entrado para estar a mi lado en el momento de consagrar.” “No hace más que mirarme de lejos o por encima de la tapia del patio.” - Con la matilla por encima de los ojos, trataba de disimular las lágrimas que le caían por las mejillas
¬ ¡Soy yo madre! Me quito el velo, y voy para la cocina - Dijo con desencantada voz, al entrar en casa.
 Güeeeno, le contestó Doña Juana. Pero no tardes que vas a tener visita.
En el huerto, el grandullón de Domingo al que por irrisión le pusieron de mote “el Pequeño” estuvo ayudando al padre de Juana todo el tiempo que duró la misa, el responso y el Ite. Pero no pudo articular palabra.
 Hace calor, ¿eh? Le decía con sorna el Señor Frasquito, al verlo sudar y danzar de un pié al otro.
¬Sí señor.
¬Coge esa tomiza y átame bien aquellas guías, antes de que se derrumben.
¬Sí señor.
¬Ve a por unas cuantas cañas...
¬Sí señor.
“¬ ¡Ah granuja!” Pensaba el señor Frasquito, “ ¡ya me la quitarás, ya! ¡Pero tu trabajo te va a costar!”
Domingo, totalmente desalentado decidió despedirse:
¬Bueno Señor Frasquito, sino precisa de mí, yo…
 Pero ¡hombre! ¿No vas a venir a hablarle un rato a Juanita?
Porque esas cosas no se hacían entre hombres, Domingo no se abrazó al Sr. Francisco; pero estuvo en un tris de que lo hiciera. Al oír Juanita desde la cocina lo que venía comentando su padre, y a quién lo decía, la palidez de sus redondas mejillas se transformó en un carmesí subido. Cuando entró en la cocina, revoleada en un iris llameante, sin mirar a Domingo se sentó junto a su padre:
¬Con su permiso padre. Hola Domingo. No te he visto hoy por la iglesia.
¬Me fui a echarle una mano a tu padre al huerto.
¬ ¡El pobre!” Pensaba Juana mirándose los zapatos, “Y yo que creía que no quería venir a verme.”
II – Juana y Domingo.
La boda de Juana y Domingo fue sencilla. Domingo se puso una chambra nueva, que para tal ocasión lucía la solapa bordada por fuera, atada con un lazo negro como el fajín, muy ajustado, por encima del pantalón de velludo, los blancos bordados de las perneras de la ropa interior asomándole por las hendiduras laterales metido éste en las polainas de las botas, con flecos de cuero fino. En la mano, un sombrero de fieltro negro con cinta veneciana. La novia, sus enaguas de rayas Burdeos y paño de Flandes a guisa de delantal. Medias blancas sobre bordados blancos. Botines del mismo color, y como capa un pañolón con bordados rojos sobre fondo negro que su madre había mandado venir de Portugal. Un velo blanco le cubría apenas sus sonrosadas mejillas. Entre sus dedos un rosario enredado y el libro de oraciones con una sencilla flor de almendro entre las páginas.
Salió el novio por la calle Nueva, para que le vieran los vecinos; Juana hizo lo propio por la calle Mesones. Pero cuando tornaron de la iglesia, Domingo se metió con ella por la casa de Juana, y sin detenerse, pasó al patio, aupó a Juana a la pared de la cerca, saltó al otro lado y la bajó al huerto de sus padres.
¬Hoy mismo, dijo a sus recientes suegros, tiro esta pared, y abro paso entre las dos casas: Ustedes. Pueden venir cuando quieran y su hija puede ir a su antigua casa, cuando le apetezca. Y como lo dijo lo hizo, forjando la felicidad de las dos Juanas que lo trataban de “burro” “cabezota” mientras se enjugaban lágrimas de pura alegría
Domingo y Juana, tuvieron 4 hijos en este orden: Fermina, Manuel Francisco y José. ... (ver texto completo)
Capitulo Segundo. 1892 – el Ferrol.
Son las 12 horas del día 3 de diciembre, en el reloj del comedor de una modesta casa de la calle María, cuando nace en aquel rincón de España un niño al que bautizan con los nombres de Francisco, Paulino Hermenegildo Teódulo. Nadie se enteró en Alconchel, ni en el resto de España. Y, sin embargo, con el tiempo, aquel nacimiento influiría muy poderosamente en el pacífico curso de las vidas de los españoles. También, y con un resultado catastrófico torció para ... (ver texto completo)
¬Menos mal que la noticia de la abuela enferma ha servido para algo. Ahora que papá no ha comido, tendremos más parte nosotros. Dijo a media voz.
¬ Son troncos de col. Y a papá ya sabes que no le hacen mucha gracia.
Le contestó Justo. A éste, le costaba trabajo recordar el rostro de su abuela Carlota. Poco roce había tenido con la abuela de Consuelito y María, las hijas de Antonio que esas sí que eran sus nietas, porque hijas de su hijo y huérfanas de madre; con lo cual nada de celos entre abuela y madre. Nada parecido con ellos que cuando iban a dar una vuelta por la calle Ramón y Cajal eran recibidos como potrancos en una tienda de cazuelas de barro. Pero viendo el aire contrito de su padre, le dio un poco de pelusa, y tuvo pena de aquel hombretón que tanto temía y que estaba viendo tan desvalido. Vagamente recordaba a su abuela, corriendo detrás de él con la escoba, porque le había pillado mirándole entre las piernas, cuando de cuclillas limpiaba la loza con arena y esparto en el patio. Imprecisamente recordaba sus regañinas, y absolutamente no, no recordaba un gesto de cariño de aquella vieja quejumbrosa, ni un regalo, ni una triste naranja por navidad... Nada. Así que si estaba por compadecer a su padre, tampoco le importaba gran cosa que aquella vieja se muriera o no. ¡Hombre! A él no le hacía desde luego sombra desde tan lejos. Aunque le molestaba que su padre demostrara tanto cariño a ella y tan poco a ellos y a su madre. Pero como ya estaba acostumbrado a ser “el del medio” Que lo quisieran o no, que fuera la quinta rueda de la carroza familial, ya le daba poco morbo. Él era solo aquel niño que recibía cogotazos de sus hermanos mayores, algún correazo de su padre algún tirón de pelos o pellizco de su madre, y casi todas las noches tres o cuatro sonoros besos de la misma, al ir a bordarlo en el camastro.
Manolito, aprovechó que su padre se había acostado, para encender un pitillo, que absorto por la noticia, chupeteaba insistentemente. Aunque la “Chón” lo estaría esperando, no osó a salir, por respeto anticipado del duelo de su padre.
La barraca se fue apagando a medida que sus ocupantes se iban a dormir. Daba como una impresión de lejanía; de precariedad, de asentamiento provisional.
Decididamente, el barro rojizo del pueblo seguía pegado a los talones de aquella familia de parias. Fermina mató alguna cucaracha rezagada en la cocina antes de apagar el carburador e introducirse en la cama matrimonial. Los chirridos de su estrepitosa instalación junto a su entristecido marido, fueron los últimos ruidos que se oyeron.
En el silencio de la noche, los ecos de los vecinos de detrás, se mezclan con el ulular de la “Boya” que advierte a los barcos de algún peligro en la costa. Cierta rala brisa se pasea intermitente por entre las tablas del techo y el cartón cuero; en algún pico, lo levanta y al caer hace un ruido de murga. A Justo que escuchaba el ocaso de aquel día, le recordó el clap, clap de las tijeras de su primo el peluquero de Alconchel.
La higuera que su padre había plantado en el pozo ciego del patio, que había crecido tanto, que había dado inclusive higos este año, rascaba en la arena del cartón cubierta, y a Justo le dio un vuelco el corazón: ¿Sería que su abuela ya se había muerto y estaba rascando para protestar lo que había pensado, que no la quería? O ¿Sería la propia higuera para reclamarle los higos verdes que le había robado? Se acurrucó en la litera, y se tapó la cabeza con el abrigo. Enseguida cambió sus pensamientos por sueños. Soñaba siempre con músicas de fondo. Con orquestas de armonios y con aleteos de cosas que revoloteaban a su alrededor. ... (ver texto completo)
A través de la facundia simplona de su hermano, comprendió que su madre, había estado a punto de morir. La alegría del nuevo y aventajado empleo de maquinista se le fue transformando en un rictus de contrariedad. Y la contrariedad en atrición. Manolo siempre había presumido de querer a su pobrecita madre más que a sus hijos y mucho más que a su mujer. Pero ahora que se anunciaba el momento de borrar aquel tan querido ser de la lista de los vivos, algún remordimiento le pellizcó con rabia el corazón. Se le empañaron las gafas. Se las quitó y limpió con el pico de la camisa más que dudosamente limpia, con lo que sólo consiguió emborronar los cristales. El señor Manolo no llora, se le han enrojecido los ojos, se le ha enturbiado la vista...
Pero de esa manera llora el señor Manuel. Porque sabe que aquel “Soplo” le repetiría tarde o temprano. Y que su madre morirá. Por eso y por la edad: Es ominoso. Y aunque no se da cuenta, qué esta pensando, se le pasan por la mente todas las cosas que no ha hecho como debiera con su madre. Aunque no pueda recortar los recuerdo con margen blancas de fotos, está, como todos los hombres en momentos así, sólo le vienen los malos recuerdos, los detalles que no tuvo con ella: Las cartas, breves, escasas, los besos de refilón, los “La quiero Madre” que tanto ansiaba ahora decirle. Y otro pellizco, le decía:
“Bien hubieras podido pararte en tus visitas entre dos puertas, a escuchar el babilleo de tu viejecita, tan obsesionada por la salud de sus hijos, siempre rezando para que no les ocurra nada malo, siempre pensando que si ella estaba presente nada les podría pasar. Que no vivía, sino para mantener sus propias vidas”
De pronto mira a Fermina. Con gesto de niño perdido:

¬Mi madre se me muere. Mi pobre viejita que no le hace daño a nadie...
Fermina se le acerca compungida intentado consolarle:
¬ ¿Pero qué dice tu hermano en esa dichosa carta? – le pregunta: Luego se olvida que “No ha abierto la carta” y añade: Pero, pero tu hermano dice que ya se le pasó. Que le dio un aire, pero que aparte la boca un poco torcida...
¬Sí pero esta carta trae feche del 10 de octubre y estamos a 26. Hace más de 15 días, y ¿Quién sabe desde entonces lo que ha podido pasar? ¿Y como puedo saber desde entonces cómo está mi madre? Y ¿Cómo voy a hacer para ir a verla? Precisamente ahora.
Como no seguía con la frase, intrigada, Fermina le preguntó:
¬ ¿Por qué precisamente? Esas cosas no se pueden prever.
¬ Precisamente ahora, que me ha salido un trabajo fijo.

II. – Los catequistas de Acción Católica.
La segunda vez que justo se acerca al grupo escolar Luis Antúnez, se lleva una libretita, en donde ha empezado a apuntar las cosas que cree importantes, que le suceden.
¬ ¿Y me quieres hacer creer que esto lo has escrito tú? Le pregunta con tono de absoluta incredulidad, el catequista a quién se lo muestra.
¬-Sí señor. Y la poesía también.
El catequista sonríe, releyendo la poesía.
¬ Bien, para ser una primera vez... ¿Quién te ha enseñado a hacer, asociar las palabras?
¬- ¿Quiere decir usted, eso de tenía con venía y cantó con calló?
¬ Sí, eso...
¬ Mi madre escribía villancicos para que los canten los vecinos por Semana Santa en el pueblo y yo me he fijado cómo lo hace...
¬-Bueno; pues ahora, cuentas las sílabas tónicas... Y... No me hagas caso. Sólo te voy a decir que cada línea de la poesía que hagas, tiene que ser igual de larga que la siguiente: Ejemplo: “Qué descansada vida,
La del que huyendo del mundanal ruido...
Espera muchacho: Ese ejemplo no vale. Pero la música sí ¿Escucha? Qué des-can-sa-da vi-da... ¿Lo captas?
¬-Euuuh. Pero eso de que sean iguales ¿Me lo explica?
¬-Espera que encuentre:
Rompió los negros nubarrones pardos,
La luz del sol que se ocultó en un cerro.
¡Ahora! lo ¿coges?
¬-Sí señor, eso está en un libro de Chamizo. Mi padre lo tiene. Nos lo lee a veces.
¬-Justamente. Es una poesía de chamizo. Pues mira: Lo que vas a hacer, es pedirle ese libro a tu padre, y vas copiando. ¡Cuidado! No las poesías; eso no lo copies, copias la música que llevan dentro Tú metes tu idea, con tu manera de hablar y copias la música, el tono, las largas y las breves…Ya sé, no entiendes, pero tú lo vas recitando, como si fuera una marcha militar…eu…A ver si lo entiendes. El domingo que viene, me trae otra poesía y me la enseñas a mí. Los catequistas están formando un grupo de avanzados catecúmenos. Con libros que se han traído de la ciudad, abren una biblioteca de la cual, nombran bibliotecario a Justo, y conservador a Llordi del Puerto Franco. De momento, Justo recepciona los libros: Tiene por misión catalogarlos y entregarlos después al conservador, que los prestará a quién se los pida. Escoge para leer él, “Los piratas del Mar Caribe”
III. - A Fermina le sonaron las campanillas cuando escuchó la palabra “fijo” Pero no era el mejor momento para pedir explicaciones. Estaban tratando el muy serio tema de la probable muerte de la Abuela Carlota, y el momento propicio para indagar aquella prebenda pasó, sin que Fermina pudiera retener el mínimo cabo. Despacito se arrimó a su marido y con sentimiento le dijo:
¬Es verdad: ¡Qué pena, Manolo! Ahora que venías con esa buena noticia, con ese empleo fijo... Y te viene esa carta. Pero tu hermano dice que ya está bien ¿No? Quiero decir que tu madre no está para morirse mañana ni pasado.
¬Y ¿Tú qué sabes? El caso es que yo tendría que estar con la pobrecita de mi madre, a su lado. Y mira dónde estoy. – Con grandes gesticulaciones señalaba el techo – Y mira de lo que estoy tratando: De un puesto de trabajo. Mi madre se me muere, y yo estoy tratando de razonarme de que no puedo ir porque tengo un puesto de trabajo fijo. – Con un brazo extendido hacia el sur este, y un dedo acusador seguía recriminando – ¡Y a más de mil kilómetros de lo único que ahora mismo me importa!
¬ ¡Oooy, Manolo! ¿Sólo tu madre te importa? Nosotros no somos nada. ¿Tus hijos no cuentan para ti? A mí me da lo mismo. Ya sé que quieres más a tu madre. Me lo has refregado muchas veces.
¬No quise decir tanto. No sabría que dedo cortarme que menos me doliera como tú dices; Pero mi madre ahora se me va a morir...
Manolo, desamparado, se hunde en su pena sin atreverse a apoyarse en aquel hombro que su mujer le ofrece y a la que sin querer ha ofendido. Corcovado, con los brazos colgando, se fue para el cuartucho y sin más se metió en la cama.
Un ángel atravesó la estancia (Quizá fue una mosca que muchas había) Los protagonistas de este evento, se quedaron en las posturas que tenían al abrir Manolo la carta. Marinita estaba en la mejor película que había visto ese año. La conversación, el drama inminente de esa muerte anunciada, la salida teatral de su padre, la ironía de saber que su madre sabía lo que decía la carta y lo bien que lo disimuló. Todo le gustaba. Las peripecias de la familia Trap – como su padre los llamaba – eran apasionantes. Marina-luz ponía cara de pena cuando pensaba que había que ponerla. Y se mofaba de cualquier incidente sin ningún respeto. ... (ver texto completo)
Con todo, hoy, venía contento; porque el maquinista de la Hispano Suiza había faltado al tajo por enésima vez, y él lo había sustituido sobre la marcha, pasando de la pala a la cabina de aquel trencillo que tanto le había hecho soñar. Como diera la casualidad, que por sus muchos años la Hispano Suiza tenía sus caprichos, y ya había fallado los días anteriores; no fue para menos que esta mañana se encasquillara en mitad del primer viaje.
Saltos de rabia daba encargado que no veía cómo paliar la ... (ver texto completo)
La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio de Casa Antúnez todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la ... (ver texto completo)
Hola: Cuando copié la poesía y la introduje en la narración, se me mezclaron las dos columnas en que estaba escrita, pues en este foro no se admiten dos columnas. Así que la he transcrito en una sola y así os la re envío:

Van pasando los días,
los años,
y el tiempo se va.
Vivir tú creías:
Engaño.
Que el tiempo se va.
Es lucha perdida,
a ganar la vida, ... (ver texto completo)
Enraonar es otra forma de parlar, quizá más culta o menos usitada del catalán.
Justo olvidaba preguntarle por la "cediula de tránsito" no lo habia visto nunca.

saludos.
Bueno Alfredo: Contesto a tus preguntas: La cédula de tránsito (Y no cediula, Se me escapó una letra más) Era necesaria para desplazarse cerca de alguna frontera Así, cuando quise volver al pueblo que está tocando la raya de Portugal, pasó por el tren un inspector que al no llevarla yo, tomo mis datos. De momento no hubo consecuencias; pero cuando fuí a sacar mi pasaporte de la comisaría central de Layetana, me sacaron una multa de 25 pts que tenía que abonar antes de recuperarlo.
Coquillo es una ... (ver texto completo)
Justo olvidaba preguntarle por la "cediula de tránsito" no lo habia visto nunca.

saludos.
Hola Justo,

bueno como veo que he solucionado mi error, puedo darle las gracias por contarme la vida familiar durante la guerra, tan triste como muchas familias, espero no se vuelva a repetir jamas.

Hoy he leido su último mensaje, el inicio de la vida en las barracas, me ha recordado un verano en el pueblo de mi madre, alli también había buenas gentes que dan a los niños del pueblo (pobres)"cosas" previa fila en la puerta del chalet con piscina que disfrutaban (año 1958)

coquillo= poquillo?
enraonar, ... (ver texto completo)
Hola Justo,

por la clave de acceso llevo varios dias sin poder comunicar con ud.
1954.
El Sr. Rector, el Dr. Altés, es el director del Seminario Menor. Está paseando por el patio de los grandes, de la Conrería, con D. Pedro, D. Justo, Mossen Queralt Mossen Cases, Mossen Melús Mossen Campo y dos o tres otros Mossenes de los que no tratan los de 4º Curso:
¬ Está aproximándose la Onomástica de su Ilustrísima, dice el Dr. Altés, y os he reunido para que deis vuestra opinión. No sé qué podríamos hacer de novedoso que le agradara.
¬ Lo que hagamos, tiene que ser, tiene que salir ... (ver texto completo)